En 2007, veintitrés años después, el único superviviente de esta encerrona glosada por Barricada en un disco que fue censurado en la época concedió una entrevista a NOTICIAS DE GIPUZKOA para aclarar públicamente las “mentiras y difamaciones” en las que se vieron envueltos estos Comandos, fuertemente arraigados en la zona del Urola y mal vistos tanto por el Gobierno como por la izquierda abertzale, que los consideraba “una mano negra” de los aparatos del Estado. Cansado de vivir bajo la sospecha de haber sido el topo del grupo que sucumbió a la Policía en Pasaia, Joseba Merino salió hace 16 años por primera vez a la palestra para aclarar que lo único de lo que pecaron los Autónomos fue de “excesivamente idealistas” y que jamás se le ocurrió traicionar a sus compañeros. Los 17 años que pasó en la cárcel y su oposición a “salir por la puerta de atrás ” dan, a su juicio, fe de que no fue ningún chivato.

En 2023, su caso vuelve a estar encima de la mesa puesto que la Audiencia de Gipuzkoa acaba de reabrir la causa judicial por la emboscada de Pasaia en la que murieron los azpeitiarras Dionisio Aizpuru Kurro (21 años) y Pedro Mari Isart Pelitxo (23) y los pamploneses José María Izura Pelu (26) y Rafael Delas Txapas (27). Este fue el relato de Merino en el año 2007.

¿Cómo supo la Policía de que cinco jóvenes de los Comandos Autónomos procedentes de Iparralde pensaban ir a Pasaia en una zodiac?

La emboscada de Pasaia no fue ni mérito de la txakurrada ni fruto de un chivatazo, como muchas veces se ha dicho por ignorancia o mala fe. Fue un fallo nuestro. La cagamos y lo pagamos caro. El 18 de marzo de 1984 la Policía detuvo en Donostia a una compañera nuestra, Rosa Jimeno, cuando fue amover un coche que sabían que era nuestro. Querían buscar a toda costa a los responsables de la muerte de Enrique Casas. La obligaron bajo torturas a llamar a un compañero para saber el día y la hora en que iba a pasar la muga un talde.

Y entonces fueron víctimas de una encerrona que conmocionó a toda Euskal Herria, a dos días de unas elecciones autonómicas…

Nos dirigimos a Pasaia en una zodiac nosotros cinco y mi perra Beltza. En el lugar convenido, yo eché un cabo. Eran las diez y media de la noche. Comenzaron a desembarcar Kurro y Pelitxo y, de repente, se encendieron los focos. Se escuchó un ‘¡Alto, Policía!’, un disparo suelto y acto seguido cientos de tiros más. Todo fue muy rápido. Había 20 policías de paisano. Me tiré al agua por instinto y Peru y Txapas hicieron lo mismo, pero enseguida nos alcanzaron. Por lo visto, Pelitxo y Pelu murieron en el primer tiroteo. A Kurro y Txapas los fusilaron en tierra, a una distancia de menos de un metro, sin más explicaciones.

¿Estaban armados?

Fue uno de los argumentos que utilizó la Policía para decir que actuaron en defensa propia, pero es falso. Llevábamos ropa especial por si caíamos al agua y las armas, para que no se mojaran, estaban bolsas.

¿Por qué le dejaron vivo a usted?

A mí me identificaron como el Coronel, que era uno de mis apodos. Querían información sobre los pisos que teníamos en Eibar. También me querían vivo porque un mes antes habíamos ejecutado al senador socialista Enrique Casas por su implicación en la creación de los GAL. Fue un terremoto político sin precedentes. Había muchísimo interés por clarificar y presentar ante la opinión pública quién había participado en el atentado. Con mi detención, tenían su trofeo.

¿Por qué se insistía en atribuir el asesinato de Casas a ETA?

A la Policía no le entraba en la cabeza que una ekintza de esas dimensiones, en víspera de elecciones, podría ser de un grupo tan minoritario como el nuestro y no contara con el visto bueno de ETA militar.

Con el asesinato de Casas, ¿los Comandos firmaron su sentencia de muerte?

Ya estaban divididos. La ilusión de finales de los 70 había desaparecido en el 82. En julio de 1983 se produce una escisión en los Autónomos, que se dividen en dos familias, pero no por razones de principios, por táctica o un debate político interno, sino por algo mucho más prosaico, las desavenencias personales de dos miembros. Yo no estaba dispuesto a decantarme en un momento en el que, además, entendía que la actividad armada no daba más de sí. Sin embargo, 15 días después perdí a dos compañeros –José Luis Segurola, de Aguinaga, y Javier San Martín, de Gasteiz– cuando estábamos preparando un operativo en Usurbil y todo cambió. Les explotaron dos bombas que iban a colocar. Delante de sus restos me hice la promesa de seguir con o sin escisión con la lucha. Fuimos víctimas de un momento en el que la crispación era terrible y la represión se volvió salvaje, nada que ver con lo que hay ahora. Lasa y Zabala, el intento de secuestro de José Mari Larretxea, atentados en Iparralde... Teníamos muchos ejemplos de cómo querían que acabáramos.

¿Cómo reaccionó ante los acontecimientos?

Me puse en contacto con Pablo Gude, Pego, Antxon, para decirle que pensaba que había que dar una lección a los canallas del GAL, responder al mayor nivel posible a los organizadores de los escuadrones de la muerte. En Euskal Herria, eso suponía hablar de Benegas o Casas. Optamos por el último porque era más accesible. Acordamos atentar contra él el día 19, aunque al final lo hicimos el 23-F tras dos intentos fallidos. Se acercaban las elecciones y teníamos que actuar cuanto antes, porque pensábamos que luego Casas se iría a Gasteiz y sería más difícil localizarle. Yo tenía referencias suyas desde 1977, no fue cosa de dos días antes.

¿Qué error cometieron para que les identificaran?

Tuvimos problemas para huir de Aiete tras hacer la ekintza, porque nos metimos en un atasco, yo subí el coche a la acera y rompí la rueda. Nos quedamos tirados. Antxon se fue por su lado y yo por el mío. Pero en el coche me dejé un escáner que utilizábamos para escuchar las emisoras de la Policía y ése fue mi error, porque en el establecimiento donde los compré sabían que era miembro de la DYA y a partir de ahí podían identificarme. Tras el atentado me quemé y tuve que huir a Iparralde.

¿Eran los Comandos como un queso gruyer repleto de inflitrados, como se decía?

Los hechos demuestran que no. De lo contrario, nuestra actividad entre 1981 y 1984 no hubiera sido tan intensa. De hecho, ETA tuvo muchas más caídas. Me siento muy orgulloso de lo que hicimos y, cuando dicen que éramos unos cabezas locas, yo respondo que creo que estamos en condiciones de dar lecciones porque no hemos dejado civiles muertos en el camino y no por casualidad. Había un componente moral en nuestro modo de concebir la lucha. ¿Cómo sobrellevó que recayeran sobre usted las sospechas de que podía ser un topo? Eso es una de las muchas majaderías que se dicen sobre los Autónomos. Fuimos calumniados desde el principio. Debimos responder públicamente, porque teníamos argumentos, pero no lo hicimos. “No tengo esperanzas de que se señalen culpables, pero sí la obligación moral de intentar hacer justicia”

¿Qué esperanzas tiene de que se señalen culpables, 23 años después?

Esperanzas no tengo ninguna, pero sí una obligación moral de hacer lo que esté en mis manos para hacer justicia. Lo mismo les pasa a las familias de mis compañeros. No sé si el proceso reabierto llegará a buen puerto, porque hace tres años y medio ya llamaron a comparecer a policías que supuestamente participaron en la emboscada y se limitaron a decir que no recordaban nada, como sucedió hace unos días con los dos mandos que declararon en Donostia. Están chuleando a la juez de manera constante. Creo que la única forma de que cantaran sería encarcelándoles. Seguro que se les curaba la amnesia en el acto, como sucedió con los GAL.

¿Por qué solicitan una nueva autopsia de los cuerpos?

Para que quede claro que aquello fue una masacre. Cada cuerpo tenía entre 20 y 30 tiros y, con las técnicas que hay hoy en día, se puede demostrar que mataron a mis compañeros a traición.