Mari Paz López, Begoña Larrucea, Edurne Etxeandia y Lore Oñederra son historia viva del PNV. Han respirado desde dentro los acontecimientos que han marcado las últimas décadas del nacionalismo vasco, como el resurgir jeltzale en los estertores del franquismo y los primeros años de la democracia, o la escisión que desembocó en el nacimiento de Eusko Alkartasuna. Estas cuatro afiliadas de los cuatro herrialdes, que han tratado con los máximos dirigentes del partido a lo largo de 40 años o más, serán homenajeadas hoy con motivo del Día Internacional de la Mujer, que se celebra el próximo día 8.

Aunque nació en Getxo, Mari Paz López (79 años) ha vivido gran parte de su vida en la capital de Nafarroa. Allí fue donde se afilió al PNV junto a su marido en 1977: “Soy militante desde el momento en que se permitió afiliarse”, recuerda. “Mi marido y yo no teníamos contacto con gente nacionalista, hasta que conocimos a un militante que nos dijo: si vosotros sois vascos, ¿cómo no estáis afiliados al PNV?”.

Así, Mari Paz participó en la organización del partido en la Comunidad Foral, que recuerda como un proceso agridulce y con muchas dificultades. “Mi marido Josu salió presidente de la junta local del PNV. Al día siguiente el Diario de Navarra publicó que no había que comprar en el comercio que regentábamos porque éramos nacionalistas”. Uno de los momentos más duros llegó con la escisión de Eusko Alkartasuna, a donde fueron a parar la mayoría de los afiliados navarros. “Nos quedamos pocos en el PNV. Sufrimos mucho, nos atacaron, nos insultaron”. A pesar de todo, no guarda rencor a Garaikoetxea. “Tengo una gran amistad con él, cuando nos vemos nos damos un gran abrazo. Cada uno sabe donde está y lo que hemos pasado”.

Mari Paz ha conocido a históricas figuras del PNV como Jesús María Leizaola, José Antonio Ardanza o Manuel de Irujo, al que fue a recibir al aeropuerto de Noain a su regreso del exilio. Participó además en la creación de la Fundación Sabino Arana y su máximo cometido en el partido le llegó entre 1987 y 1988, cuando fue miembro del EBB durante unos meses. “El órgano quedó disuelto y me mandaron a mí junto a Vicente Arozena y Fermín Mitxelena. Arzalluz nos dijo que nuestra responsabilidad era la misma que la de todos los dirigentes del EBB”. Esta navarra “de adopción y de corazón” agradece al partido haberle dado “conocimiento y apertura”. “Al llegar al batzoki de la plaza del Castillo me abrí a la gente y a la política”.

Una de las militantes veteranas de la capital vizcaina es Begoña Larrucea, que a sus 72 años sigue colaborando diariamente en Sabindarrak, el ba-tzoki de San Ignacio. “Pueden contar conmigo para lo que haga falta”. Begoña relata sus inicios en el PNV a finales de los 70. “Empezamos en Deusto yendo a las asambleas. Cuando abrimos Sabindarrak en julio de 1979, estuve en los grupos de cocina. Después entré en la junta municipal y trabajé en el ámbito de la cultura. Pusimos en marcha la ikastola del batzoki para enseñar euskera a los niños”. Esta militante “de base” destaca la labor que realizaron en la enseñanza de la lengua en el batzoki, que llegó a contar con más de 500 alumnos.

Begoña llegó a presidir Sabindarrak y concurrió en las candidaturas para el Ayuntamiento de Bilbao con José Luis Robles y José María Gorordo. Destaca el buen trato que ha tenido siempre con los alcaldes, entre ellos Iñaki Azkuna y el actual Juan Mari Aburto. “Han sido gente normal y trabajadora”. Lo que más le ha marcado en 40 años de militancia es el compañerismo. “Yo siempre he trabajado muy a gusto, considerando que el partido era una herramienta muy buena para Euskadi. Tú puedes aportar mucho, pero es más positivo lo que la militancia te aporta”, concluye, pero no olvida dejar constancia de su reconocimiento a todas las mujeres, afiliadas o simpatizantes, que colaboraron en la cocina, con la propaganda o ayudando en las campañas electorales. Hace mención especial a Mari Ángeles Navea, “una gran afiliada, siempre dispuesta a todo”, que falleció hace un mes.

Edurne Etxeandia tiene 80 años y se ha pasado media vida con el carné del PNV. Fue una rara avis, ya que entró en el partido en 1977, cuando en Gasteiz el nacionalismo era minoritario. “Éramos cuatro y el tamboril. Vitoria hace 40 años era una ciudad de militares y curas, las familias nacionalistas eran muy pocas”, recuerda. A Edurne el sentimiento jeltzale se lo transmitió un aitite de Bakio, pero fue un compañero de la Mercedes Benz (donde trabajó hasta la jubilación) el que la animó a afiliarse. Edurne cuenta que le costó renunciar a la siesta pero que terminó yendo por las tardes a echar una mano al Araba Buru Batzar. “Allí trabajé bastante con Joseba Azkarraga. Luego entró mi hermana y fundamos el batzoki de Abendaño, donde serví comidas e hice de todo”.

Edurne guarda recuerdos imborrables de su trayectoria en el partido. “Lo que más se me quedó grabado y más me emocionó fue cuando vino Leizaola de París. Tuvimos una asamblea y fue muy emocionante verle llegar”. Rememora asimismo la incertidumbre del golpe de Estado del 23-F. “Qué día y qué noche, fue tremendo. La mujer de Joseba Azkarraga estaba preocupadísima porque su marido estaba en el Congreso”.

Esta histórica militante ha participado en todas las campañas electorales en Araba y ha tratado con todos los líderes del PNV en el herrialde. “A Ignacio Oregi (que fue senador) le llevaba en coche a los mítines porque él no tenía carné”. También recuerda con tristeza el trágico siniestro que segó la vida del joven dirigente alavés, Mikel Estabillo. “El pobre venía de Pamplona cuando la dichosa escisión y tuvo un accidente a la entrada de Vitoria y ahí se quedó”.

Lore Oñederra ha vivido en su piel gran parte de la historia del PNV en el siglo XX. Esta debarra de 89 años, que reside en Donostia desde su juventud, se crió en el seno del partido y estuvo presente en toda la época de la clandestinidad durante el franquismo. “Siempre he estado en el PNV”. Recuerda como en plena dictadura vivían con temor a la represión. “Lo hacíamos todo a escondidas, desde hablar en euskera a mantener nuestros nombres euskaldunes”.

Lore realizó gran parte de su labor en el partido dentro del Emakume Abertzale Batza, cuyas reuniones celebraban en su casa. “Me metí a través de unos amigos para sustituir a Elixabete Maiztegi, que lo dejaba. Ayudábamos a los que estaban en la cárcel, les dábamos comida. A los que estaban escapados les ofrecíamos alojamiento. No lo hacíamos como una organización, solo ayudábamos en lo que podíamos”. Ella misma sufrió la prisión. En 1951 participó en una huelga contra el régimen y fue encarcelada en Martutene. “Yo trabajaba en Ramón Vizcaíno y me detuvieron en la oficina. A mí y a una amiga, Carmen Goñi. Estuve incomunicada más de un mes, fue muy duro”, relata.

Lore rememora con más alegría cuando con la llegada de la democracia pudieron abandonar por fin la clandestinidad. “No me pude afiliar hasta que se legalizó el partido en 1976. Fue entonces cuando me dieron el carné”. En esa época también participó en la creación del primer batzoki de la capital guipuzcoana. “Tuvimos que empezar desde cero, limpiando y renovando todo. Pero poco a poco nos fuimos organizando”.