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Rajoy ya no fuma igual

El presidente del Gobierno español resitúa su táctica ante la exigencia de la aprobación de los presupuestos generales del Estado y de ofrecer una imagen de apertura al diálogo

Rajoy ya no fuma igual

En aquel almuerzo distendido, un innovador bodeguero de Ribera del Duero ordenó a su chófer que acercara a la mesa la caja de herramientas que, dijo, tanto le gusta a Mariano Rajoy. Se trataba, en realidad, de un aparatoso humidor de puros suficiente para saciar al fumador más exigente donde, por supuesto, sobresalía la marca preferida del presidente del Gobierno. “Siempre le gusta el mismo y siempre lo fuma igual”, añadió a modo de dibujo preciso de quien sabe por dónde sale el humo en La Moncloa.

Rajoy es previsible hasta con el habano entre los dedos. A semejante ocioso deleite atribuyen en su entorno la razón de esas estrategias políticas tan desquiciantes para sus enemigos como lo pueden comprobar sobremanera Pedro Sánchez y el independentismo catalán. Esa imagen tópica y recurrente del presidente fumándose un puro para explicar los efectos nocivos del quietismo en el resto de la clase política adquiere caracteres de táctica con el paso del tiempo y, sobre todo, con la sucesión de acontecimientos.

Pero todo tiene su límite y, fundamentalmente, su razón de ser. En el actual escenario político, resultante de carambolas, despropósitos y de determinantes dosis de paciencia tras diez meses frenéticos, el puro de Rajoy seguirá siendo de la misma marca pero ya no lo fumará igual. Llega el momento de arremangarse siquiera mínimamente. Lo tiene que hacer para hablar con el diferente después de cinco años encastillado en el ensimismamiento y la demoledora sumisión a las exigencias europeas. Representa un tiempo de paso al diálogo en medio de las urgencias. No supone, por supuesto, el contexto más idóneo pero es la única alternativa que le queda para sostener, en medio de su soledad parlamentaria, una gobernabilidad seriamente amenazada por el descrédito del respetable. Ahí es donde se le plantea la urgencia de asegurarse la viabilidad de sus Presupuestos y, en paralelo, configurar un marco menos aguerrido en el pulso latente con el soberanismo catalán. El congreso de su partido, en cambio, no le provoca quebradero alguno; con apenas diez minutos en los maitines de los lunes le basta para evitar sorpresas desagradables.

Rajoy ya ha repartido entre su infantería el argumentario a seguir para sus dos retos de 2017. Así consta que el presidente no escatimará recursos de Estado para satisfacer al PNV. Sabe que es su única salvación para así forzar tres veces el empate a 175 votos -el apoyo de Ciudadanos se presupone- y salvar los Presupuestos sin herir las susceptibilidades del PSOE en su desgarro interno. La aprobación de las Cuentas le aseguraría la tranquilidad para más de media legislatura. Ahora bien tampoco debería olvidarse de que siempre le quedará el recurso de la prórroga si entiende que las contrapartidas le resultan desmedidas y, sobre todo, cuestionan sus principios como ya advirtió en su investidura. Si lo hiciera, posiblemente en contra de su voluntad real ahora mismo, podría interpretarse también como respuesta contundente a ese corolario de voces tan propio en Madrid que a partir de mediados de enero empezarán con el soniquete del sometimiento a las exigencias del nacionalismo vasco. Precisamente este caldo de cultivo siempre atenazante para el PP y que tanto daño electoral le hace en Euskadi debería dejar de condicionar de una vez el diálogo imprescindible entre el presidente del Gobierno español y el lehendakari Iñigo Urkullu. Que lo hagan sin altavoz y que nadie radie el partido, pero que lo empiecen a jugar de una vez. Para entonces, Javier de Andrés -la feliz antítesis de Carlos Urquijo para el actual tiempo político- habrá tenido que convencer a Rajoy de que el diálogo debe acabar con los recursos incendiarios al Tribunal Constitucional. Incluso, de que ha llegado el momento de responder en democracia el abrazo individual a la ley de los desahuciados presos de ETA. Quizá sean demasiadas emociones juntas y haya que empezar por el posibilismo menos exigente.

En el caso catalán, Rajoy también empieza a fumar distinto aunque el mismo habano. Sabe, por un lado, que le sigue acompañando el paso del tiempo cuando observa cómo Carles Puigdemont ya habla de bilateralidad en el pulso del referéndum mientras se desespera apelando a la CUP para que no le abandone.

Pero, a su vez, también es consciente de que no puede seguir jugando con el fuego de la contemplación irritante como le susurra la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Quizá por eso tendrá que mirar para otro lado cuando los jueces arrojen en breve gasolina castigando a quien no cumple con su obligación de respetar la ley. Le pillará con el puro apagado.