donostia - Esther Giménez-Salinas i Colomer analiza la realidad del proceso catalán desde una perspectiva académica, muy arraigada en el Derecho, fruto de su amplia trayectoria profesional como doctora en Derecho Penal y Criminología, disciplina de la que es actualmente catedrática en la Facultad de Derecho ESADE de la Universitat Ramon Llull, institución de la que fue, a su vez, rectora. Con amplia experiencia también en la Administración pública, tras una década (1983-93) en la dirección del Centro de Estudios Jurídicos de la Generalitat, tampoco elude el análisis político del momento y el futuro de Catalunya.

¿Considera que las elecciones catalanas han sido un plebiscito sobre la independencia?

-Formalmente las elecciones catalanas eran unas elecciones ordinarias al Parlament catalán; jurídicamente no se podía articular de otra manera. Sin embargo, fue recibido por la ciudadanía como un pseudoplebiscito, ya que la gente se alineaba claramente en torno alo el no. El problema de haberlo realizado de esta manera es que las lecturas son múltiples y hasta contradictorias.

¿Y en su opinión quién las ha ganado?

-Grosso modo, los partidos independentistas han ganado las elecciones en votos y escaños (47,8% de los votos y 72 escaños); pero en términos plebiscitarios las han perdido. Pero aún así no se puede afirmar con rotundidad que todos los que votaron a un partido independentista en un referéndum se decantarían por el sí, del mismo modo que del 52% restante no todos podrían considerarse votos unionistas.

¿Está más cerca hoy Catalunya de independizarse de España?

-Eso no podemos saberlo sin un referéndum que, de una forma clara y concisa, exprese la voluntad inequívoca de los catalanes. Ahora bien, un dato interesante es que, comparando las elecciones de 2012 y 2015, vemos que el voto independentista ha aumentado de un 18% a un 47%. Si ha tocado techo, no lo sé... Pero, insisto, esto solo puede conocerse a través de un referéndum. En este sentido, el derecho a decidir aparece en el horizonte no solo como una mera aspiración, sino como un derecho legítimo.

¿El proceso unilateral está en disposición de superar las trabas jurídicas y administrativas con las que se le amenaza?

-Por su propia definición un proceso unilateral no puede alcanzar estas metas. En este sentido, desde mi punto de vista, la única vía sería la de llegar a un pacto, por más costoso, complicado y difícil que resultara. Probablemente haya que pensar en diferentes etapas sin que hoy pueda afirmarse con exactitud el resultado final. La historia reciente nos demuestra que este tipo de acuerdos son necesariamente a través de pactos y aquí, naturalmente, incluyo también a la comunidad internacional, aunque sea de una forma indirecta.

¿Imagina una intervención del Estado que conlleve la suspensión de las instituciones catalanas?

-No, es que no me la imagino.

¿La reivindicación independentista es el fruto natural del proceso social en Catalunya?

-La sociedad civil catalana se ha implicado largamente en todo este proceso. En este caso, más bien diría que la iniciativa salió de un sector de la sociedad civil y los políticos han ido sumándose. Pero está todavía por saber si tiene vocación de permanencia y, sobre todo, si es capaz de representar a una gran mayoría.

¿Cuánto hay en ella de consecuencia de un proceso político que no haya descartado otras opciones?

-Aunque no hay una respuesta única, fue en buena medida la manera en que se gestionó la reforma del Estatut y muy particularmente la sentencia del Tribunal Constitucional de 2010, que recortaba de nuevo competencias que ya habían sido aprobadas anteriormente por referéndum. Creo que este fue un punto de inflexión.

¿Hay responsables políticos de esta situación entre Catalunya y España? ¿Quiénes son?

-Sí, claro. Aunque unos más que otros. Si al final lo concentramos en las dos caras mas visibles, es decir los presidentes Rajoy y Mas, no solo no se han entendido sino que, si me permite, hay un problema de piel, de falta de empatía, de imposibilidad de diálogo. Desconozco el trabajo que se ha hecho en la cocina, pero a la vista de los resultados, ha sido escaso e insuficiente. La cocina es el lugar donde se cuecen los pucheros, donde el buen caldo hierve muchas horas a fuego lento, donde mientras se guisa se habla y también se ríe y empatiza. Una olla exprés no puede sustituir a todo esto.

¿Cree que hay margen para reconducir relaciones con el Estado?

-Siempre hay y debe haber un margen, nunca debe cerrarse la posibilidad de diálogo. De una forma u otra tenemos que aprender a hablar y a negociar. Pero no me gusta cómo se ha judicializado la política.

¿Hacia qué escenario se puede reconducir?

-Que las relaciones Catalunya-España necesitan una reformulación es algo más que evidente, y que lo que opinan los ciudadanos se ha de tener muy presente, también. En esta ocasión, la participación ha alcanzado el 77%. Pero la independencia no es la única fórmula, ni la única vía y en consecuencia habrá que sumar voluntades mayoritarias, que es la regla principal de la democracia.

¿Cree que el president Mas está en condiciones de liderar el proceso en adelante o las tensiones entre fuerzas políticas pueden provocar el relevo que algunas voces reclaman?

-Lo lógico es que sea el president Mas por muchas razones; la principal regla, porque Junts pel Sí ha ganado las elecciones con 62 diputados y eso fue lo pactado. Que partidos minoritarios quieran imponer sus voluntades no me parece bien, pero la geometría parlamentaria a veces da sorpresas.

¿Espera algún cambio de actitud del próximo Gobierno español hacia Catalunya?

-Un cambio de actitud debe llegar necesariamente, pero hoy todas las fuerzas políticas están pendientes de las elecciones de diciembre. Hasta entonces no creo que pase nada. El futuro gobierno no puede desoír ese 47,8% de los votos. En política, no hacer nada también se paga. Con muchos menos votos y participación se hizo el referéndum en Escocia.

¿Considera que, como denuncian las fuerzas contrarias a la independencia, la sociedad catalana está viviendo la experiencia con tensión o con ilusión, como sostiene el independentismo?

-La tensión y la ilusión conviven como en cualquier otra sociedad, la experiencia se vive de manera plural, como es lógico, del mismo modo que se viven los hechos políticos en todas las sociedades. Es verdad que este ha sido un momento excepcional y ha quedado claro con la alta participación. Pero en mi familia, por ejemplo, se ha votado de forma muy diversa y no por eso se ha creado malestar. Hemos de aprender mucho todavía de las normas de respeto y tolerancia.

Se abre un proceso de 18 meses. En ese tiempo, ¿dónde se juega más el futuro de Catalunya: en el ámbito interno, en el estatal o en el internacional?

-No creo que se puedan separar las cosas. En un proceso como este tiene que haber coordinación y principios de acuerdos; si no, no es posible.