populares alaveses y populistas navarros vienen coincidiendo en un mensaje a ratos xenófobo y siempre funcional: no queremos que nos gobiernen desde Bilbao. También se vende el deseo a menudo en Gipuzkoa e incluso en pueblos de Bizkaia. Y hasta en Cantabria y Burgos es posible dar con la famosa letanía. Siempre resulta dabuten tener a mano un Otro, un ogro, ya sea un lugar o un sujeto, al que sacar de paseo para aliviar las propias responsabilidades. Y la ciudad vizcaina reúne todos los requisitos para el puesto: una mezcla de grandeza (hablo de población, no se enfaden) y arrogancia que lejos de la Villa se entiende muy mal o muy bien, ya uno ni lo sabe. La existencia de su equipo de fútbol tampoco ayuda al buen rollo, y quien crea que el balón no influye en las relaciones vecinales es que no conoce al vecindario ni al graderío. Yo no pienso que fuera de Bilbao manden los de Bilbao, pero si fuera de ese modo, y si lo hicieran con acierto, no sería un gravísimo problema. Bastante peor parecen estas rencillas de aldea por ver quién la tiene grande o pequeña en un país que, en proporción universal, no llega al tamaño del vestuario de un club de regional. En mi familia hay gente de tres provincias vascas, y quizás eso me haya vacunado contra tanta epidemia localista.

En España es Madrid quien ha cumplido históricamente ese papelón que por estos pagos le cae a Bilbao, pero en esta puja electoral muchos también han sacado a bailar a Barcelona. Gavioteros andaluces y valencianos, y algunos socialistas extremeños, tan integradores, ya han advertido de que no se dejarán "gobernar por Barcelona", y todo porque un candidato se llama Albert y les quita votos. Me da que tampoco aceptarían con gusto una Nekane o un Koldo con vara de mando, a no ser que un noviazgo real nos allane el camino nominal. Está cerca el día en que, por fortuna o por desgracia, pero inevitablemente, nos gobierne a todos un señor yanqui, una señora alemana o un robot japonés, y tal vez lo hará mejor que nosotros. Soy el de fuera, échame la culpa. Pasan los siglos y no pasan las modas.