REcuerdo a Francesco Cossiga en aquella recepción en El Quirinal, siendo presidente de la República Italiana, a una delegación del Partido Nacionalista Vasco. Cossiga nunca olvidó nuestra asistencia, en la persona de Javier de Landaburu, a aquel primer congreso de la Democracia Cristiana italiana, en 1946, tras la Segunda Guerra Mundial. Fuimos el único partido presente. Le recuerdo también muy beligerante. Quizás afortunadamente beligerante en la cuestión vasca, con gestos que nunca había tenido un ex presidente de Gobierno europeo. Y beligerante por la paz en Euskadi. Tal vez por su procedencia. Porque Cossiga era sardo. De Sassari concretamente. O porque como democratacristiano italiano siempre defendió una tercera vía. O por su espíritu federalista, que enlazaba tan bien con la tradición de nuestro partido, con la Europa federal de los Pueblos que siempre hemos defendido y buscado.

El caso es que Cossiga se implicó como pocos lo han hecho, tratando de mediar por la paz, por una solución dialogada. Y se implicó con declaraciones públicas rotundas que le llevaron incluso a enfrentarse al Aznar empecinado y arrogante de la mayoría absoluta. Y a retarle a que le impidiera recoger el premio que la Fundación Sabino Arana le concedió en el año 2000 como amigo de los vascos, cuando el Gobierno del PP, en aquella para nosotros travesía del desierto de tres años, forzó la máquina diplomática para tratar de evitar su viaje hasta el Arriaga. "Si el presidente del Consejo de Ministros, Giuliano Amato, me pidiera anular el viaje, yo obedecería; pero convocaría una rueda de prensa en Roma para aclarar las cosas. El autoritarismo del señor Aznar no me convence ni lo considero adecuado para resolver la cuestión del País Vasco", afirmó entonces.

Porque Francesco Cossiga, ex presidente de Italia, senador vitalicio de Italia, también ex ministro de Interior en los años duros de las Brigadas Rojas, en pleno secuestro de Aldo Moro, que le marcó seguramente; fue un amigo de los vascos. Y de la paz de los vascos. Lo dijo nítido, claro, tan claro como en aquel enfrentamiento dialéctico con Iturgaiz, a quien había expuesto ante la opinión pública como ignorante, en el discurso de aceptación del premio de la Fundación, que recuerdo muy principista, muy solidario en favor de la paz. No había media tintas en aquel discurso, como no los había en Cossiga respecto a los vascos. Como no las hubo tampoco cuando defendió, finalmente sin éxito, la permanencia del PNV en la Internacional Democratacristiana frente al empeño del Partido Popular por excluirnos de la que había sido nuestra casa desde la fundación de la misma.

Si algo recuerdo de Cossiga, de su actitud, de su actuación con nosotros, era que se le podía considerar un amigo. El amigo italiano. O, mejor, el amigo sardo.