Menos zurdo, más pelotari
Gonzalez ha tardado en llegar hasta lo más alto del podio pelotazale, pero la espera ha merecido la pena, porque ha llegado con todas las consecuencias. Para ganar más. Y el domingo tiene otra oportunidad.
NADIE quiere a Sébastien Gonzalez. Como rival, se entiende. A lo mejor sirve para explicar esta fobia recurrir al boxeo, donde los zurdos son siempre enemigos impredecibles, incongruentes, heterodoxos. No sabes por dónde te van a venir, armas la defensa como siempre y, cuando te das cuenta de que no peleas con tu espejo, ya es demasiado tarde. En el frontón no se noquea al rival directamente, pero casi, apenas con una pelota y una pared como intermediarios. Y aparte de eso, todo lo dicho para el boxeo vale para Gonzalez, el pelotari.
Mientras que Xala, el otro zurdo en liza, se desliza casi sin tocar el suelo y apura la técnica en cada golpe para contrarrestar su menor corpulencia, Sébastien Gonzalez clava el símil boxístico: un corpachón de 1,87 metros con sus correspondientes 87 kilos desplazándose por el frontón con la mentalidad de un zurdo, colocándose al revés que los demás y haciéndose hueco en los cuadros rápidos para soltar la mano izquierda con la mayor amplitud posible. Y el rival, si vienen mal dadas, no tiene más remedio que colocarse donde le deja el pelirrojo de Azkaine, y desde ahí tratar de que las aguas vuelvan a su cauce.
Y por lo que se ve en los últimos tiempos, el que manda es Gonzalez y cada vez son menos los pelotaris (y en menos ocasiones) los que le meten en vereda y le obligan a correr tras la pelota, una vez que le han arrebatado el control del centro del ring (o de la cancha, no sé). Para ser campeón nunca es tarde, pero lo cierto es que el primer título (el del Cuatro y Medio) le ha llegado a los 32 años, nada menos que doce años después de debutar como profesional a finales de 1998. Gonzalez presentó entonces casi como única credencial su subcampeonato en el Mundial de México de aquel año, tras perder en la final de mano individual frente a Juantxo Apezetxea, delantero goizuetarra que nunca pasó a profesionales. Y casi todo lo demás lo había hecho en un trinquete.
Pero más de una década de entrenamiento tenaz, casi siempre de la mano del inclasificable Pampi Ladutxe, ha dado como resultado un pelotari rocoso en el mano a mano y aún más temible cuando tiene cubiertas las espaldas, como ocurrirá este domingo con Aritz Laskurain. A Gonzalez le siguen llamando el zurdo de Azkaine, pero la verdad es que, si alguien empezara a verle jugar ahora, no sabría por qué. "He convertido mi mala derecha en una buena derecha", dice siempre. Y no miente. Casi en la prehistoria, había que verle a las órdenes de los técnicos de su empresa (Javier Solózabal era uno de ellos) en aquellas concentraciones que Aspe organizaba en Lekunberri, por ejemplo. Una y otra vez, la pelota a la derecha. Y otra. Y así hasta hoy. Si es zurdo, será para coger la cuchara, porque para darle a la pelota se notan cada vez menos diferencias.
El cambio no es poca cosa, y no hay más que recordar aquellos mano a mano con Aimar Olaizola en los que el goizuetarra le sacaba al ancho, treta insólita pero que le dio sus resultados. Precisamente de Aimar dijo González que no le gustaba "como persona", antes de una de esas eliminatorias del Manomanista que Pampi acostumbraba a calentar si había micrófonos delante. De aquello no quedan rescoldos. Ni siquiera queda Pampi. En su silla, aunque casi no se le oiga, se sienta ahora Ramuntxo Muxika, todo discreción y sabiduría humilde y callada. "Me ayuda a estar más centrado", resume Gonzalez. Y así, las cosas van desde hace tiempo por donde él quiere. Por la senda de las txapelas.