Recuerdo vagamente la enorme burocracia que existía en los cuarteles, al menos cuando era obligatorio el servicio militar. Diariamente se rellenaban impresos que se remitían a la superioridad y que, estoy seguro, nadie leía o cotejaba, salvo el de cocina, por razones inconfesables. Todo aparentando un estricto control para mantener entretenidos a un montón de chusqueros y de enchufados. Absurda burocracia en la que se hacía constar el número de los que formaban, dormían o comían. El de semovientes, raciones de pienso y paja suministradas, de vehículos, consumo de combustible…
Un amigo de Azkoitia consiguió un destino en la oficina de su cuartel y se pasó la mili cumplimentando ese tipo de papelotes. Tardó semanas en enterarse quiénes eran los semovientes. No se atrevía a preguntar, no fuera que le despacharan.
Los agricultores y ganaderos, en sus protestas de hace unos meses, se quejaban de la enorme burocracia que padecen, obligados a cumplimentar un montón de impresos. Y siguen en ello, a pesar del enorme interés que pusieron los políticos, según los medios afines, en simplificar los procedimientos. Uno, que ha sido cocinero antes que fraile, sabe que, tratándose de dinero público, son necesarios un mínimo de controles administrativos que garanticen la correcta aplicación de ayudas y subvenciones, y a pesar de eso, algunos la cuelan, pero tengo la sensación de que repetimos aquella burocracia militar inútil que registraba los kilos de cebada que ingería la mula torda y que ahora sirve para que veterinarias e ingenieros agrónomos, cómodamente sentados en sus despachos, controlen el número de terneros existentes, las toneladas de trigo que se producen o la procedencia de los nitratos con los que se abona el campo, en lugar de ponerse las botas e inspeccionar explotaciones, por ejemplo.
Identificacion animal
Para todas las especies animales. Ya la proponía el veterinario y diputado a Cortes, Félix Gordón Ordás en 1932 ante las carcajadas, entre otros, de D. Manuel Azaña.
En el caso de las mascotas, desde los años 40 la vacunación antirrábica era obligatoria para todos los perros, con independencia de su aptitud –caza, compañía, guarda, trabajo–. La vacuna la administraba el veterinario municipal, acto clínico que se aprovechaba para la desparasitación interna, fundamental en la lucha contra la hidatidosis que, afortunadamente, ya resulta anecdótica y para mantener actualizado el censo canino de cada localidad. Luego se facilitaba al propietario una chapa de color que se adhería al collar del animal y servía de comprobante de haber sido vacunado. Además, ese censo se utilizaba también para que el Ayuntamiento cobrara la tasa anual por el chucho. Por cierto, con las bicicletas ocurría algo parecido. La patente, una especie de matrícula por la que también se abonaba una tasa. Hagan lectura activa el alcalde Goia y su concejal de Hacienda y, de ponerlo en práctica, no esperen a la víspera de las elecciones, por si acaso.
Existía una disciplina por parte de los propietarios, un control del censo canino y unos resultados bastante eficaces en el control de la rabia e hidatidosis, aunque siempre hubiera científicos proclives a ciertas corruptelas que argumentaban que los perros de caza perdían el olfato –anosmia– y otras majaderías similares.
El sistema funcionaba hasta que unos funcionarios digitales aconsejaron a unos políticos cerriles que la vacuna antirrábica dejara de ser obligatoria en la Comunidad Autónoma, mientras seguía siéndolo en el resto del Estado. A éstos, la propuesta les pareció fenomenal. Otro hecho diferencial y, de la misma, se lo hicieron saber al Lyssavirus Rabies virus para que no actuara en nuestros lares.
Dos décadas después y varios casos de rabia denunciados en Europa, sería una ingeniera quien, aplicando el criterio racional que caracteriza a los de su especie, la consejera, Dra. Arantza Tapia, “mandó parar”, restableció la preceptiva vacunación antirrábica y recordó la obligatoriedad de la identificación de las mascotas. Esta semana se daba un nuevo caso en Melilla.
Microchip
También en esto fuimos pioneros en su día. Cuando nos ponemos, somos los mejores innovando. Luego, en el momento de implementar las medidas, especialmente en la Administración, nos ocurre como a la espuma del cava barato.
Todos los perros deben ir identificados con un chip que, a solicitud del propietario, único responsable, como acto clínico que es, el veterinario implantará en el lado izquierdo del cuello cuando el cachorro haya cumplido tres meses y se someta al primer programa de vacunaciones y desparasitación.
Implantado el microchip, el veterinario, como colaborador gratuito y voluntario, introduce la información en la base de datos del Gobierno Vasco, y animal y propietario, quedan registrados en el programa de identificación animal, cuya gestión resulta poco ágil, ocasionando pérdidas de tiempo notables en la actividad laboral de los profesionales. Los colegios vascos se ofrecieron a gestionarla, como ocurre en otras latitudes, pero, al parecer, pretenden adjudicar esa gestión a una persona de confianza pero ajena a la Administración.
Otro encargo al lehendakari Pradales: externalizar la gestión de la identificación animal del País Vasco, con luz y taquígrafos, vía encomienda de gestión, con su oportuna partida presupuestaria, a los que de verdad conocen y padecen el tema, los colegios de veterinarios vascos.
Por otro lado, los propietarios no comunican las altas, bajas, ventas o cesiones de sus mascotas de manera que la base de datos no se actualiza. A pesar de todo, demuestra su utilidad todos los días, localizando mascotas perdidas o robadas y evitando abandonos.
Hoy domingo
Ensalada de garbanzos. Carrilleras de ternera salsa de vino tinto. Higos al horno con helado de avellana. Tinto Reserva 2019 Club de Cosecheros. Agua del Añarbe. Café y petit fours.