Cuatrillizos. Me sorprendió la noticia, con foto incluida, que publicó recientemente la prensa oscense: una vaca de raza parda alpina había parido, “dado a luz”, para los urbanitas, cuatro becerros en un parto natural y los cinco animales se encontraban perfectamente. Ocurrió en una recóndita localidad de la Jacetania, Jasa, en el Valle de Aragüés, a mediados de noviembre. Y todos los medios se desplazaron a la aldea, convirtiéndola por unas horas en el foco de atención regional, en una comarca sumida en el tedio y la rutina que interrumpen los fines de semana los visitantes desplazados desde Zaragoza y el País Vasco.

El propietario del animal, Fermín Cebrián, ya percibió, en una de sus visitas al puerto de Lizara, donde pastaba su rebaño de cien vacas, hasta que la nieve les obligó a descender a los prados del valle, que la vaca “estaba rara” y la bajó en octubre a la cuadra para tenerla más controlada. Justo el día en que salía de cuentas, se produjo el parto. Otra novedad, la de la exactitud de las fechas, 283 días, aunque en este caso, reservada a los iniciados. La biología no es una ciencia exacta.

El primero en nacer venía de nalgas y Ana Alconchel, la veterinaria del valle, tuvo que maniobrar para sacarlo. Luego, para sorpresa de todos, irían naciendo los demás. Los cuatro hermanos son más pequeños que los de su especie al nacer. Pesaron unos 20 kilos cada uno, la mitad de lo que suele ser habitual, pero van ganando peso día a día y en breve podrán juntarse con el resto de terneros del rebaño. Doble trabajo ahora para el ganadero, obligado a alimentar con biberón a dos de ellos. Los partos gemelares de vacas suelen ocurrir de vez en cuando, especialmente cuando se recurre a la inseminación artificial, como fue el caso, pero los múltiples son excepcionales.

Gemelos Ahora que se acerca la Feria de Santa Lucía, recuerdo que, en mi ejercicio clínico como veterinario en Zumarraga, asistí a un parto doble en el caserío Irigon de Urretxu, un anochecer de febrero de 1982, cuando me disponía a dirigirme a la sociedad Beloki, hoy desaparecida.

Beloki Merece una digresión. Amén de sociedad gastronómica al uso, fue en alguna ocasión escenario de la Academia errante. Un ensayo de universidad popular que surgió en 1955, promovido por Angel Cruz Jaka Legorburu, el recadista de Zumarraga y Luis Peña Basurto. Un reducido y selecto grupo de guipuzcoanos, de muy variada ideología política, religiosa y formación, se juntaban a almorzar un día festivo al mes, con la apariencia de una cuadrilla de amigos, en algún domicilio, apartadas ventas o escondidas sociedades, para despistar a la policía política, con el objetivo de comentar, en un amable clima de tolerancia y respeto mutuo, la actualidad política, fomentar el entendimiento y aventurar el futuro de la sociedad vasca. Médicos, escritores, historiadores, sacerdotes, músicos, arquitectos, abogados, editores, impresores y hasta un veterinario, Luis Arcelus, participaron en la iniciativa que, apenas duró diez años debido a las presiones y amenazas del policía y torturador, luego asesinado, Melitón Manzanas, a Jaka Legorburu.

Pues bien, en el verano de 1958 e invitado por Busca Isusi, participó en una de las reuniones, precisamente en Beloki, el médico D. Gregorio Marañón, a quien homenajearon. A partir de entonces, a sus miembros se les denominó en algunos círculos marañones. 

‘Irigon’ Pero volvamos al caserío junto al camino de Santa Bárbara. Estábamos convocados a una cuchipanda por el carnicero Joxe Aramburu, Ata, entre otros, Jose Mari Bengoa, médico de Zumarraga –que la tierra les sea leva a ambos–, y José Manuel Menéndez, farmacéutico de Urretxu. Fui requerido con urgencia por Joxe Soraluze, Aittube, para atender lo que, en su opinión, parecía un parto distócico. Me acompañó el boticario, impoluto como acostumbra, confiando que, por las habilidades que, por amistad e indebidamente me atribuía en estos asuntos, sería cuestión de poco tiempo y llegaríamos a la cena a la hora prevista.

También el ternero venía de nalgas. Comenzamos la intervención, que resolvimos rápido y de manera poco traumática, para los protagonistas. Mientras la vaca reconocía a su vástago y Aittube, parentela, vecinos y simpatizantes presentes, lo celebraban, realicé la exploración final que sugiere esa gramática parda que no se enseña en la facultad y se aprende con la práctica. Me topé con el segundo ternero, que pugnaba por recorrer el camino que había desbrozado su hermano mayor, para continuar haciéndole compañía, esta vez en la penumbra de la cuadra, lo que hizo sin dificultad, con esa extraña habilidad que suelen tener para todo en la vida los hermanos segundones de todas las especies.

La aventura duró bastante más de lo previsto lo que, unido al aseo y cambio de indumentaria, hizo que llegáramos a Beloki justo cuando sacaban a la mesa una enorme cazuela de angulas, mientras Bengoa, el médico, nos apremiaba porque “las angulas se deben comer muy calientes, de lo contrario son indigestas”. Anécdotas de un veterinario rural cuando, a veces, comíamos angulas.

Insomnio El que debe padecer la jefe del Servicio de Archivo municipal donostiarra que, cansada de comunicar a la superioridad, por el conducto reglamentario, las graves deficiencias que tienen sus dependencias en materia de protección contra incendios, se ve obligada a recurrir a los medios para denunciar la situación. Me imagino los comentarios y descalificaciones que habrá recibido. Dice Homero en la Odisea que “al que está necesitado no le conviene ser vergonzoso”. Quizás ahora alguien se tome en serio el asunto. Lo fácil es culpar al funcionario de turno porque no informó, mientras se le califica de impertinente por exigir el acuse de recibo de cada notificación. 

Hoy domingo Garbanzos con hongos y berza. Chipirones en su tinta. Naranja. Blanco albariño semiseco nº 12 Paco & Lola, de Meaño. Agua del Añarbe. Café y mignardises navideñas.