Castejón es un municipio de la Ribera navarra desde que en 1927 se independizó de Corella. No es muy turística. Nudo ferroviario de relativa importancia. Una población de poco más de 4.000 habitantes, de los que más de un tercio son inmigrantes magrebíes que trabajan en las temporales faenas agrícolas que los navarros rechazan, como ocurre en otras localidades de la Merindad de Tudela a la que pertenece. Tienen su mezquita y un imán mileurista contratado. En la escuela, la cuota de niños musulmanes supera, con creces, el 50 % del total de escolares, circunstancia que, en opinión de algunos, obliga a adaptar los patrones educativos que rigen para el resto de Navarra a las necesidades de los musulmanes. No es una buena idea, aunque, de entrada, pueda parecerlo. A la experiencia francesa me remito.

Los descendientes de Banu Quasi, aquel muladí, señor del valle medio del Ebro, tributario del emir de Zaragoza, protagonista de una serie de novelas históricas del veterinario y novelista tudelano Carlos Aurensanz, regresan a la tierra de sus ancestros, ocupándola nuevamente por la pacífica y gozosa vía de la coyunda, con su alta prolificidad contrastada.

En realidad, tomo a Castejón como punto de referencia –podrían serlo cualquiera de los pueblos del entornoH, como pretexto para comentar los penúltimos sucesos acecidos, esta vez, en la localidad francesa de Nanterre el pasado 27 de junio, cuando en un control, la policía francesa, bastante laxa en lo que al uso de sus armas cuando a magrebíes se refiere, mató a un joven francés, un beur, término con el que se denomina a esos desarraigados de tercera o cuarta generación, autoexcluidos del sistema. Los disturbios se extendieron inmediatamente por todo el país, en una oleada de odio contra los símbolos de la República que los financia, arrasando servicios públicos e infraestructuras, saqueando comercios, quemando vehículos públicos y privados, como un ejército invasor, pero sin líderes visibles y con soldados que, en muchos casos, son menores de edad.

Rabia

Que, para algunos autores, podría remontarse a la guerra de Argelia contra la colonización francesa, entre 1830 a 1962. No faltan quienes sostienen que De Gaulle concedió la independencia a Argelia en 1962 precisamente para cortar el flujo de argelinos que se trasladaban a la metrópoli para su reconstrucción, tras la Segunda Guerra, corriente a la que se unirían los ciudadanos negros procedentes de las antiguas colonias africanas. Ya era tarde.

La creación de banlieus a las afueras de las grandes ciudades para acogerlos, sin acometer lo más difícil, la integración de los inmigrantes y sus hijos en la sociedad francesa, a lo que ellos ahora se niegan, ha convertido esos barrios en focos de marginación, desigualdades sociales, populismo, racismo y xenofobia de difícil manejo e imposible solución, caldo de cultivo que aprovecha el terrorismo yihadista con atentados como el de 2015 contra Charlie Hebdo, la discoteca Bataclán, y tiroteos en terrazas y restaurantes, y los atropellos de Niza (2016). Carnaza para la derecha y la ultraderecha, que ya habla abiertamente de guerra civil.

Nada tiene que ver con los episodios similares americanos donde policías, abusando de su poder, asesinan a jóvenes negros que desobedecen, se encaran o, simplemente, pretenden hacer valer los Derechos Civiles que, teóricamente, tienen por Ley desde 1964, siendo presidente Lyndon B. Johnson. Tampoco hace tanto.

En un agrio debate mantenido el 5 de marzo de 1959 con el escritor Alain Peyrefitte, el general De Gaulle, presidente de la República francesa, predijo los trágicos sucesos que periódicamente se producen desde aquella fecha, y que volverán a repetirse, sin que sus sucesores en el Elíseo y la mayoría de los políticos europeos sean capaces de evitar, promoviendo irresponsablemente, una absurda tolerancia con los intolerantes.

Recomiendo al interesado la lectura de León el Africano, de Amin Maalouf, y El extranjero y La Peste, de Albert Camus, que le ayudarán a comprender un poco el fenómeno. He visitado por razones turísticas o académicas Turquía, Túnez, Jordania, Siria y Egipto. Previamente, me he documentado sobre su historia, aceptado sus normas de conducta y he procurado adaptarme a sus costumbres. Incluso visité, respetuosamente, la tumba de Solimán el Magnífico, en Damasco. Si se entera el emperador Carlos I, su íntimo enemigo, se me cae el pelo.

No admito que, por pretendidas razones de convivencia, debamos modificar el menú de las escuelas, o el aturdimiento previo en los mataderos, transgrediendo normas de bienestar animal, como propugnan algunas personas, presuntamente conciliadoras, europeas. Esas concesiones no sirven para nada práctico. Son muestras de tibieza, simplismo y un efímero tranquilizante para nuestras conciencias, ante el temor de ser considerados racistas, supremacistas o fascistas.

En Francia también empezaron por hacer concesiones en esa dirección, y acabaron en 2021, aprobando, en contra de la opinión progresista, la ley contra el separatismo islamista, que confirma el respeto a los principios de la República e impone la neutralidad religiosa.

Según los franceses, que saben más del asunto que nosotros, el modelo de vida europeo y el modelo de vida islámico son como el agua y el aceite. No emulsionan. En otras palabras, pensar que los musulmanes se van a integrar mejor en nuestra sociedad por poner las lentejas o macarrones sin chorizo o cambiar algunas pautas educativas es absurdo. 

Es cierto que, de momento, la situación francesa no es extrapolable a la situación de Castejón, pero hasta el recorrido más largo empieza con un paso.

Onkologikoa

¿Está ahora la pelota –de golf– en el tejado de algunos jefes de servicio de Osakidetza? ¿Y si Osakidetza ya hubiera cumplido su parte? Otra falta de comunicación.

Hoy domingo

Ensalada de tomate. Txangurro donostiarra de Maialen. Melón. Café. Petits fours. Sidra de Saizar. Agua del Añarbe.