One Health. Sábado por la tarde. Me llama una médico de Asistencia Primaria, vocacional, de esas que están en la trinchera dando la cara a diario, rebelde, entre otras cosas, contra las consultas de diez minutos. Tiene un paciente sospechoso de padecer gripe aviar (H5N1). Celebramos una sesión clínica mientras mi nieto Kerar tose y enreda por casa bajo los efectos del Apiretal.

La médico, convertida en veterinaria por unos instantes, contacta con el paciente y le hace una serie de preguntas técnicas que, vencido el desconcierto inicial, por el inusitado interés y sólidos conocimientos también sobre la producción de huevos y el manejo de las gallinas, contesta con la sinceridad y las prevenciones que a un paciente, y más si es rural, se le suponen. Ella sabe aplicar a sus respuestas los factores de corrección que le acercan a la realidad.

Se descarta la peor –especialmente para sus gallinas– de las opciones de diagnóstico: gripe aviar. Tampoco ha estado en Örebro (Suecia) para sospechar de influenza B.

Se confirma el diagnóstico de la gripe estacional. Cubiertas las necesidades de médicos y pediatras en los centros de salud, demandaremos veterinarios de apoyo para asesorar sobre las zoonosis y toxinfecciones alimentarias.

Covid-19

El mismo que, con toda solemnidad, el 13 de marzo de 2020 declaró el estado de alarma, no se atreve a decretar su final. Además, estamos en campaña. Según información oficial del 10 de marzo, se han registrado 7.209 casos acumulados de covid-19 entre el 23 de febrero y el 8 de marzo (14 días) en mayores de 60 años, lo que supone una incidencia media de 59 casos en 14 días por 100.000 habitantes de esas edades, repartidos de forma heterogénea por toda la geografía: en Zamora 363,66 casos, en Madrid 119,84 y en Barcelona, 27,60. Ignoro el número de vacunados entre los afectados.

Salvador Illa acaba de publicar su libro, en el que justifica sus errores y se recrea en los aciertos, con prólogo del médico Simón, que dio la cara. ¡Vaya papelón! No es nuestro caso. En Euskadi se hizo todo bien, Urkullu dixit. Que se note de dónde somos. Y si esta ronda la ha pagado Jonan, la siguiente a mi cuenta, todo sea por la hostelería, que lo pasó tan mal.

Un artículo de Tom Jefferson, epidemiólogo de la Universidad de Oxford –que ya dudaba sobre la procedencia china del virus–, publicado recientemente en Cochrane Review y del que se hace eco el New York Times, cuestiona el uso de las mascarillas. Yo tengo mis dudas. En Dinamarca, un seguimiento a 2.000 personas enmascaradas y otras tantas sin usar el molesto artilugio no evidenció diferencias significativas entre ambos grupos susceptibles al contagio. Hay otros experimentos con resultados similares. La mascarilla sirvió para enriquecer a algunos e implicar a la sociedad en las medidas que coordinaban, al principio, aquellos uniformados que, diariamente, nos ofrecían el parte, aparentando que se hacía algo, para mantener la moral de las buenas y temerosas gentes despistadas, que somos la mayoría.

Respecto al confinamiento indiscriminado, que tanto benefició al medioambiente, parece existir cierta unanimidad en su escasa efectividad para reducir la mortalidad, tal y como, en octubre de 2020, propugnaban numerosos científicos y médicos de más de 40 países en la Declaración de Great Barrington, que abogaba por un confinamiento selectivo para los grupos de riesgo –mayores e inmunodeprimidos–, la vacunación de todo el personal que se relacionara con ellos y controles a las visitantes, mientras que el resto de la sociedad debería hacer vida normal, adoptando precauciones en espacios cerrados, todo ello en aras a la salud mental de la población.

El ejemplo lo ofreció Suecia, con los índices más bajos de mortalidad y que se apartó desde un principio de la ortodoxia europea. El gobierno recomendó, que no obligó, unas normas preventivas para los mayores y comunicó bien. Tal vez, ahí esté su éxito. Lo contrario de lo que ocurrió en Euskadi, donde las consejeras leían mal y a veces, hasta nos reñían, haciendo el ridículo de forma contumaz. Nivel.

Lamentaremos siempre los fallecimientos en aquellas dolorosas circunstancias, en las residencias de mayores especialmente, sobre los que se extendió una cortina de silencio institucional cómplice.

Nos queda el colectivo de víctimas del covid persistente, “una afección multisistémica debilitante, posterior a la infección, con síntomas que duran al menos tres meses después de la infección” y que cifran en más de un millón de personas afectadas en España, con deterioros severos de su calidad de vida y salud. Y eso que las altas tasas de vacunación han podido amortiguar el impacto.

Muchos pacientes presentan fatiga, confusión mental, dificultad para respirar, palpitaciones y dolor muscular, articular o torácico. También sabemos que la infección incrementa el riesgo de padecer diferentes problemas cardiovasculares. La buena noticia es que la mayoría de los síntomas desaparecen durante el primer año, pero no todos. Los que más duran son los problemas relacionados con el sistema nervioso.

Es la pandemia después de la pandemia. Un nuevo desafío para la ciencia médica porque no se ha investigado lo suficiente y los diagnósticos y tratamientos son malos, y para el propio sistema sanitario por los recursos que demanda y al que, política y mediáticamente, no se le está prestando especial interés. A nivel político, las acciones se focalizaron prácticamente en la vacunación y en medidas poco eficientes para protegernos frente a la transmisión aérea, opina la neuróloga gallega Dra. Sonia Villapol, del Hospital Metodista de Houston. 

Por último, estarían las secuelas a largo plazo, esas complicaciones que interactúan con otras dolencias preexistentes y las complican.

Hoy domingo

Borrajas. Anchoas rebozadas con pimientos del piquillo. Pastel Chaumontais Ideal de la pastelería Artizarra de Donibane Garazi. Txakoli Urruzola de Alkiza. Café.