Días tristes. Este martes regresaron a su aldea ucraniana, cerca de Chernóbil, mis nietas postizas, Polina y Vicka, de 11 y 8 años, respectivamente. Y desde la asociación nos avanzan que no tienen previsto organizar un viaje para este verano. Sigo sorprendido con la profesionalidad de las andereños de la ikastola de Asteasu. Cuando llegaron, en diciembre, les organizaron un programa de acoplamiento al resto de compañeros de sus respectivas aulas, durante su asistencia han tenido un seguimiento especial para su integración y, el lunes, una fiesta de despedida. Momentos de incomprensión, tristeza e incertidumbre en su entorno familiar vasco, compañeras de clase y vecinas.

Como decíamos ayer

En una homilía anterior nos referíamos al modelo de producción ganadero extensivo y sus Gases de Efecto Invernadero (GEI), vinculado al factor tierra, y sus ventajas en la lucha contra los incendios forestales, mantenimiento del ecosistema y producción de carnes de calidad que llevan su tiempo. Y eso se nota. Y se debe pagar.

Existe otro modelo, productor también de GEI, el de la ganadería intensiva, sin especial ligazón con la tierra o los pastos, nacido el pasado siglo, que se desarrolla en granjas y que nos convierte a los veterinarios en ingenieros pecuarios, fabricando proteína de alto valor biológico y de gran biodisponibilidad, superiores a la proteína vegetal, en el menor tiempo posible y a un precio competitivo para saciar el hambre y satisfacer a un enorme segmento poblacional que ni tiene despachos oficiales ni son ecologistas urbanitas de salón, ni sibaritas de lo natural y no demandan matices de sabor, únicamente saciar el hambre y, a ser posible, alimentarse correctamente con el menor desembolso. El mismo proceder de los que fabrican objetos industriales, no artesanales, pero con la diferencia de tratar con seres vivos sintientes, cuyas condiciones de bienestar animal debemos garantizar.

Se hace una selección genética de las razas animales, orientada hacia las producciones que se desean en cada caso –huevos, leche o carne–. Mínimo esfuerzo y máxima comodidad para el ganado que le evite gastos innecesarios de energías o lesiones. Condiciones que permitan su cómodo desarrollo. Sanidad, higiene, temperatura, aireación y espacio físico óptimas porque redundarán en un mayor rendimiento. Alimentación correcta y suficiente, con un profundo conocimiento de la composición de cada nutriente, para poder combinarlos hasta preparar la ración equilibrada y acorde con la fase productiva en que se encuentren, como si de deportistas de élite se tratara en lo que a grasas, proteínas e hidratos de carbono se refiere, aprovechando en lo posible las oportunidades que ofrezca el entorno geográfico para abaratar costes y reducir las emisiones ocasionadas por el transporte. Máxima automatización y mínimo personal.

Me comentaba el colega tudelano- eibarrés José Luis Juaristi, una de las primeras autoridades mundiales en nutrición animal de vacuno de leche: aprovechan todos los residuos de las conserveras de la Ribera y La Rioja. Sean hojas de las alcachofas, vainas de las habas, guisantes y alubias, por ejemplo o pulpas de las azucareras. Residuos orgánicos todos que, de otra manera, acabarían en el vertedero produciendo más GEI.

Pero el modelo intensivo es el más denostado por los ecologistas urbanitas, nacidos en la opulencia, en base a argumentos ideológicos carentes del menor rigor científico, ocurrencias de una legión de perroflautas negacionistas de los alimentos de origen animal, terraplanistas nutricionales, con apoyo de sus conmilitones en algunos parlamentos y gobiernos y comentarios pretendidamente científicos de algunas dietistas mediáticas, de sobrada ligereza y mínimo conocimiento en su discurso, que desconocen el Plan Nacional de Investigación de Residuos, cuyo objetivo es controlar la presencia de distintas sustancias (antibióticos, plaguicidas, metales pesados y otros contaminantes ambientales) en animales vivos y sus productos, y en aguas residuales y piensos.

Cualquier proyecto de explotación de estas características, con independencia de la producción que pretenda, debe disponer de su estudio de impacto ambiental, donde se especifiquen, entre otros extremos, el origen y cantidades previstas de consumo de agua potable y el tratamiento previsto para los residuos orgánicos utilizables para el campo, residuos peligrosos que se generen, tratamiento de vertidos, cálculo de la emisión de metano, y otras variables que deberá aprobar la Administración competente.

Hace unos meses el Tribunal Supremo denegó la autorización a los promotores de una macrogranja de producción lechera en Noviercas (Soria) por su elevada previsión de consumo de agua potable. Recientemente se aprobó el proyecto para construir en el valle de Los Pedroches una explotación de 1.500 cerdas, lo que supondrán 7.000 cabezas cuando esté a pleno rendimiento.

Una nimiedad si la comparamos con la primera explotación porcina vertical del mundo, inaugurada a primeros de octubre en las afueras de la ciudad china de Ezhou, en la provincia de Hubei, la única granja porcina de 26 plantas del mundo que, cuando se encuentre a pleno rendimiento, ofrecerá una superficie combinada de 800.000 metros cuadrados de espacio, con capacidad para 650.000 animales, que sacrificará 1,2 millones de animales al año en el matadero incorporado en el propio edificio.

La granja, robotizada, dispone de control automatizado de temperatura y ventilación y los animales se alimentan a través de más de 30.000 comederos automáticos, manejados a control remoto. Dispone de su fábrica de piensos, diferentes para cada fase de producción y un plan de eliminación de purines que no detalla.

Hoy domingo

Sopa de pescado. Rabo deshuesado en salsa española (del Estado). Naranjas y fresas. Vino tinto crianza Cuatro Tierras de bodegas Piemonte de Olite. Café.