o parece que somos muy afortunados al enfocar cuestiones evidentes en relación con el comportamiento de la vida sobre nuestro planeta. En la vida sobre la tierra, las especies animales y vegetales han evolucionado mediante mutaciones e hibridaciones, a través de la competición y cooperación adaptativas de los mejor situados frente a los recursos disponibles. Se trata de la biodiversidad, muy deteriorada por los humanos en los tiempos recientes, y sobre todo por una forma de actuar en el entorno natural en que nos desenvolvemos. Esta actuación es la concentración de seres vivos de la misma especie en espacios reducidos, en aras de una mayor productividad y economía de escala. Sin la acción de los humanos, las concentraciones de especímenes del mismo tipo son esporádicas y temporales, por algún motivo singular como puede ser el periodo de reproducción, en peces y aves, pero nunca de manera continua durante toda la vida.

Los cultivos intensivos son un ejemplo de esta biohomogeneidad. Todas las semillas de una hectárea de cultivo de cereal son idénticas, incluso hay una selección genética previa y en ocasiones son estériles que no producirán nuevas semillas fértiles. Esa misma hectárea, en un entorno natural no cultivado, puede albergar cientos de especies distintas que son a su vez un espacio de habitabilidad de decenas de especies de insectos, que se nutren y protegen en ese entorno de otros depredadores mayores. El cultivo intensivo requiere fertilización artificial para repetir cultivos iguales, con ingredientes químicos y productos de protección frente a las plagas, que consisten en la sobreabundancia de agentes depredadores de una determinada especie. Las plagas son generalmente consecuencias de la biohomogeneidad de los espacios naturales, y la expresión de un desequilibrio en la competición depredadora y simbiótica, ante la carencia de la diversidad de especies que debieran existir.

No vamos a hablar expresamente de las granjas de producción de animales para consumo humano. A lo dicho anteriormente hay que añadir la recuperación o abandono de los residuos digestivos de los animales durante toda su vida. En las ciudades, concentración de humanos, este problema se resuelve con estaciones depuradoras y redes de alcantarillado. Los productos protectores de la salud de los animales son las vacunas y los antibióticos, que se suministran regularmente y algunos quedan como residuos en la carne que consumimos, con graves consecuencias en la falta de efectividad de algunos medicamentos.

No se trata de seguir describiendo el contenido de los procesos biológicos que ocurren ante la concentración de especímenes, pues basta con observarnos a nosotros mismos en este momento. Una pandemia de proximidad intensiva -aérea y respiratoria- nos ha invadido, y ha usado nuestro espacio biológico, de 7.000 millones de individuos, como terreno de desarrollo y expansión, mutando con facilidad ante las ventajas de tantos individuos con hábitos de vida respiratoria abigarrada en espacios cerrados preferentemente en las ciudades. Las grandes ciudades y las zonas de alta densidad humana son los espacios preferidos por la vida de las especies microbiológicas para evolucionar y desarrollar su futuro. El enemigo que nos acucia no es el coronavirus, sino nuestras formas de vida abigarrada que, como los cultivos intensivos, da enormes oportunidades a los virus de alta contagiosidad. Esto no lo podemos cambiar, pues por otras razones seguimos incrementando el número de personas que viven en grandes ciudades en el mundo. En 2005, superamos el 50% de urbanitas, y esto sigue creciendo año a año. Cada semana son dos millones de personas las que cambian de hábitat, de lo abierto, alejado y rural -digamos extensivo-, a lo urbano, habitacional y cerrado, digamos intensivo.

Los conceptos de mayor concentración de recursos y de economía de escala son paradigmas de la economía que se han trasladado a todos los aspectos de la vida, incluidos los procesos biológicos de los que se surte el humano para su alimentación. Los huevos de las gallinas se clasifican en categorías. Las libres parecen que ponen mejores huevos o con más solera, también requieren más espacio, más terreno verde ocupado y sus huevos son más caros. Las normas fijan en este sentido hasta los metros cuadrados de campo por animal para asimilarse a una u otra categoría. Todo esto nos parece normal, y también que los precios de las viviendas en el campo hayan crecido en el transcurso de esta pandemia.

La industria también trajo el concepto de calidad industrial, que se aplica a la exactitud de las medidas y de los componentes de un sistema complicado, como un coche. La precisión, la igualdad y la norma de control se constituyen como los instrumentos de certificación de dicha calidad. Pero en la vida y en los sistemas vivos la calidad, no es una norma sino un equilibrio de condiciones de entorno para el que el organismo vivo se desenvuelva con sus capacidades genuinas dentro de un ecosistema equilibrado, aprovechando y aportando recursos. Lo vivo se desenvuelve en la complejidad de los ecosistemas para los que ha evolucionado adaptándose durante millones de años. Para qué necesita una gallina de vivero uñas, si no escarba para buscar lombrices y larvas, sino que está reclusa en una jaula de alambre y no ha de posarse nunca en la tierra.

Lo que sí sabemos, -y es un fenómeno demostrado sin cesar-, es que la visión industrial de los procesos mecánicos aplicados a las cosas -en la fabricación de coches por ejemplo- es un gran invento que surge hace dos siglos de la mano del Taylorismo. Eso funciona muy bien y a través de la robótica seguirá avanzando y reduciendo costes a la vez que aumentando la calidad de lo producido. Y así como esto es fruto de nuestro tiempo, también lo es el error de trasladar el concepto de competitividad y los métodos industriales a los procesos biológicos. Ni la agricultura ni la ganadería debieran llamarse industrias, sino ecosistemas alimenticios, en donde los vigentes criterios de competitividad deben abandonarse y ser reemplazados por criterios de calidad biológica y biodiversidad. Estos deben basarse en la crianza natural, la calidad de vida animal, la distribución local, la diversidad vegetal y animal en convivencia de especies complementarias, la conservación de las especies autóctonas, y la limitación de consumos de productos muy elaborados. En definitiva todo lo que, en positivo, puede afectar a la salud humana y animal, del entorno vegetal, así como la conservación y mejora del espacio habitable por diversas especies, incluida la humana.

Confundir churras con merinas puede ser un error pequeño comparado con el error de tratar lo biológico como un proceso industrial. Ya sabemos que la economía manda mucho, pero pronto nos daremos cuenta, por sus efectos, de que la naturaleza y los procesos biológicos mandan mucho más. Han estado ahí muchos millones de años, han hecho posible la vida en este planeta, somos solo una parte de ellos, mientras que la economía es un invento de algunos humanos que tiene muy poco tiempo. La vida merece un mayor respeto, para que los humanos seamos parte activa en su desarrollo y no parece -por nuestras decisiones y comportamientos- que lo tenemos en cuenta.