ecientemente tuve la suerte de acudir, en muy buena compañía, al Teatro Principal de Vitoria a escuchar al Orfeón Donostiarra. No disfruto mucho de la zarzuela, pero disfruté de lo lindo de algunos coros de ópera que fueron todo un regalo para estos oídos hartos de presenciar estridencias en otros ámbitos.

Las presentaciones de cada interpretación por su director, José Antonio Sainz Alfaro, iban con cierta socarronería. Buscaba la complicidad con la audiencia. Conmigo, al menos, lo consiguió. Acudí con cierto escepticismo al comprobar que el Orfeón venía sin orquesta. Pero la pericia de su pianista, Jon Urdapilleta, superó esas reticencias con la ayuda de un joven que muy competentemente le pasaba las páginas de la partitura. Habría estado bien que se hubiera pedido un aplauso también para él al final, porque su parte en el éxito del recital no tuvo careció de importancia.

Ya, al final del todo, cuando interpretaron el coro Va pensiero de Nabucco de Verdi, no lo pude evitar. Confieso que alguna lágrima se me escapó al escucharles cantar "Oh mia patria, sì bella e perduta, oh, membranza sì cara e fatal". Desfilaban delante de mí imágenes de cómo se nos ha complicado sobremanera la existencia con el covid, cómo todo antes era más sencillo. Las y los orfeonistas tuvieron que cantar con mascarilla puesta. ¡Una buena hora y pico cantando con mascarilla! Ojalá vuelva algún día esa patria de normalidad, tan bella y perdida, ese recuerdo tan querido y fatal de la normalidad...

Mi única otra crítica ?acaso sugerencia, más bien? fue comprobar al principio cómo los del Orfeón venían vestidos en impecables trajes negros tipo smoking y, en cambio, las cantantes venían con una especie de vestido blanco que me recordaba a lo que llevaba puesto mi hermana cuando hizo su primera comunión en los años sesenta. Creo que al Orfeón ?y a otros coros? no les vendría nada mal cierto aggiornamiento sin una diferencia tan estridente de atuendo.

@Krakenberger