ELA se encuentra en pleno debate de la ponencia del décimoquinto Congreso que celebrará en noviembre. En ese texto programático, junto a temas clave como la precariedad, la sindicalización de ámbitos subrepresentados, la renovación de la cultura militante o el cambio climático, va a tomar especial relevancia la cuestión nacional: por primera vez, si así lo decide el Congreso, ELA va a manifestar su apuesta por un estado independiente, por una república. Hablamos de república como construcción alternativa a los estados nación que hemos conocido; una comunidad de hombres y mujeres libres y protagonistas para definir su articulación como país y su lugar en el concierto de naciones. Apostamos por una sociedad acogedora y unas instituciones inclusivas, no temerosas de la organización popular. Y defendemos la soberanía como la antítesis del neoliberalismo, no solo por tanto en relación con los estados, sino también respecto a los conglomerados económicos y financieros que socavan el destino de los pueblos.

Esta apuesta puede sorprender. De hecho nuestra organización apostó en 1979 por el proceso autonómico. Fue una decisión que pretendía aprovechar una doble oportunidad a la salida de la dictadura. De una parte, entendimos que el marco estatutario podía permitir, de manera gradual y posibilista, desarrollar aspectos esenciales para nuestro futuro como nación en términos de institucionalidad, de lengua o de cultura. No está de más recordar que aceptamos ese marco a pesar de sus graves limitaciones en materia social y laboral, y a pesar de la partición territorial impuesta. Y entendimos, en segundo lugar, que era una oportunidad para el Estado, creyendo que el proceso autonómico podía contribuir a que en España se fuese consolidando una cultura política capaz de asumir definitivamente la llamada plurinacionalidad, agenda en la que ha suspendido secularmente.

Como sabemos, este camino posibilista no fue el camino elegido por todo el universo abertzale. Nosotros y nosotras, por nuestra parte, no renegamos en absoluto de la apuesta realizada, pero debemos hacer también una lectura crítica del camino recorrido.

En primer lugar, creemos que el marco autonómico nos permitió desarrollar cuestiones fundamentales, si bien desde hace mucho ese marco ha sido sistemáticamente erosionado por los gobiernos del estado, hasta dejar irreconocible el pacto de 1979. Es por eso que, ya en 1997, dijimos que, para nosotros y nosotras, el marco estatutario había muerto.

En segundo lugar, y en relación con la asunción de la plurinacionalidad en el estado, creemos, sinceramente, que estamos peor que en el pasado. Cuando se ha intentado modificar el marco jurídico (como la propuesta de nuevo estatuto político del parlamento vasco, o el estatut catalán) la respuesta de los principales partidos y aparatos del estado ha sido inequívoca: negativas reiteradas y represión sin límite, azuzadas por el mismo monarca en el caso catalán. Hoy, además, la extrema derecha engorda a golpe de discurso uniformizador. El sistema político español es hoy mucho más abiertamente intransigente y belicoso contra las reivindicaciones nacionales presentes en el estado.

Y en tercer lugar, creemos que esto acontece dentro de una dinámica global de fascistización capitalista con un denominador común bien identificable: las derechas se descabalgan de las reglas democráticas más elementales para combatir la más mínima expresión de una política progresista. En el caso español, esto se concreta en prácticas y propuestas de eliminación de los marcos autonómicos (y evidentemente el convenio y el concierto económico), amenaza de ilegalizar a las organizaciones independentistas por el solo hecho de serlo, utilización del poder judicial para imponer una concepción única de la unidad del estado y para boicotear al resto de poderes, represión indiscriminada de la acción colectiva reivindicativa, acusación de ilegitimidad a representantes electos, y tantas otras cosas. En nuestro caso, todo sea dicho, tampoco nos convenció nunca el cacareado federalismo del Partido Socialista que hoy lidera, además, un bloque de gobernabilidad también sustentado en la represión de miles de catalanes y de los presos y presas políticas vascas.

Nos urge ser estado. Somos conscientes de la dificultad y de los obstáculos. Y sabemos que esta lucha requerirá mucho tiempo. Pero hacemos, como en 1979, una nueva apuesta que, de partida, será necesariamente unilateral. Lo que hagamos en el futuro será coherente con nuestro carácter y con el camino que emprendimos hace 110 años: trabajaremos desde la lógica radical y pragmática que alimenta nuestra labor sindical cotidiana y un proceso nacional en clave democrática, civil y social. Sí, sobre todo social. Porque es nuestra vocación y porque estamos convencidos de que solo desde la promoción de la justicia social y la solidaridad el proceso en pos de la independencia irá ganando en el tiempo las adhesiones ciudadanas mayoritarias que necesita. “Unión obrera y fraternidad vasca” fue el lema fundacional de ELA en 1911. Hoy las imaginamos en forma de república.