No sé si el vino es caro o barato. Quiero decir que no tengo suficientes elementos de juicio para dar una respuesta de enjundia. Me imagino que es cuestión de cantidad también. Desde el punto de vista del consumidor, puede ser barato si tomas dos potes y desorbitado si trasiegas una docena, pongo por caso.

Cierto es que el mundo del vino ha alcanzado un nivel de sofisticación en las últimas décadas que antes no tenía, y que el proceso de su elaboración ha sufrido grandes cambios, casi siempre a mejor. Escribo sobre los vinos de nuestro entorno más próximos, porque los vinos franceses siempre tuvieron notable predicamento, sobre todo entre aquellos que tenían bolsillo suficiente como para poder degustarlos.

Yo, de vino, la verdad, entiendo poco, y aunque entendiese dudo de que lo confesara, ya que he visto con frecuencia a ilustres majaderos glosar las "grandes cualidades" de un caldo solo después de haber conocido el precio de la botella, o la sonoridad de su nombre. Así que, la prudencia se impone; más, después de este entramado de sabores a cereza, vainilla, regaliz, alcachofa y otros corchos que nos acechan cada día.

Hace bastantes décadas, cuando con los amigos frecuentaba diferentes garitos de salvación, hicimos una cata en Barrenkale donde Pepe el hijoputa, conocido también por Pepe el comunista: un tipo tranquilo parapetado detrás de una capa de cinismo cachondo. El bar tenía una geografía imposible: el mostrador inclinado; los vasos de cristal se desplazaban ligeramente a la derecha, como si tuviesen vida propia; el suelo con socavones no aptos para tobillos melindrosos, y unas paredes desconchadas que no habían visto la pintura desde los tiempos napoleónicos. Allí reinaba Pepe y solo él.

Dicho y hecho. Cuatro de nosotros decidimos poner a prueba nuestros conocimientos vitivinícolas allí mismo. Con los ojos cerrados, libamos el clarete, blanco y tinto. Una vuelta y otra más. Con todo el aplomo que da la ignorancia certificamos cuáles habían sido los tipos de vinos probados. Sabían todos iguales, o eso nos parecía a nosotros. No acertamos ni uno. Quizás pueda contar a nuestro favor el hecho de que ya entramos entrenados tras haber abrevado en la delicatessen de Jonás, un marino de Morga que decidió hacer historia con sus incombustibles cabezas de pescado y en la Maci, una mujer que confirmaba aquello de que cuando una vasca grita, no significa que esté enfadada. Aquella caída del caballo no menguó nuestra afición por aquellas espléndidas y divertidas tascas, pero sí fue un preaviso sobre nuestra capacidad de discernimiento y sobre la calidad de aquellos petróleos con los que inundábamos nuestros sufridos estómagos. Aquellos vinos no es que fueran malos, es que gruñían hostiles dentro del aparato digestivo de cada cual.

He leído estos días que los productores alaveses de vino quieren centrarse más en la calidad del producto que en la cantidad. Es cierto que se exportan muchos litros de Rioja a otros países, pero no es menos cierto que los precios son el principal atractivo de esta denominación y no tanto la calidad. No me extraña que los viticultores alaveses ignoro si los navarros también con muchos menos litros de producción, apuesten más por la calidad. Nuestros sufridos estómagos lo agradecerán, aunque haya que rascarse un poco más el bolsillo. O bien, beber menos. Lo que también sería gratificante es que a los vinos no les pusieran nombres estrafalarios como La Bicicleta Voladora. Lo único que me sugiere es que el precio va a subir al cielo, y tampoco es eso.

*Periodista