n la actualidad vivimos tiempos inciertos que afectan a la comprensión y a la práctica de la ética. Nuestro último artículo de cara a la ley sobre la eutanasia abordaba un hecho especialmente complejo y delicado en este sentido.

Antes de la promulgación de dicha ley, la imposibilidad legal de acudir a una solución tan radical como la eutanasia nos ahorraba problemas de conciencia. La nueva ley permite, bajo estrictas condiciones, ejecutar una eutanasia. Despenaliza un acto que todos condenamos y aborrecemos en teoría: matar otra persona.

Ello nos plantea tres reflexiones:

1. Evidentemente nadie nos obliga a ejecutar una eutanasia, en contra de nuestra conciencia. Todo lo contrario. A título personal y comunitario debemos hacer todo lo posible para no llegar a una situación que conduzca al planteamiento de una eutanasia: Refuerzo de los cuidados paliativos de Osakidetza; Implantación de nuevos medios sociales;? Acompañamiento familiar y del entorno amistoso del paciente. Seguramente lo más importante. También lo más difícil y "costoso" en nuestra sociedad, donde a menudo el cuidado de los enfermos de larga duración está menospreciado.

2. La ley reconoce la objeción de conciencia. Punto esencial. Pero se debe conseguir que, en la práctica, quienes ejerzan esa objeción de conciencia no sean discriminados por el colectivo de los médicos ni por la institución sanitaria.

3. Estas dos primeras consideraciones nos conducen a la siguiente reflexión: el discernimiento, según la conciencia personal. El Estado legisla a un nivel de vinculación colectiva y coactiva, que puede diferir de los códigos éticos o religiosos de las personas. Entendemos que es a la persona a quien corresponde responsabilizarse en última instancia de la bondad ética de un determinado comportamiento. De ahí la importancia del discernimiento ético personal.

La actitud que debo tener ante una situación cualquiera (aplicar la eutanasia, acompañar al paciente o cualquier otra) me la dará mi discernimiento personal. Posteriormente la ley me indicará si ello es legal o no.

La ley es necesaria, entre otras cosas, para diseñar límites y evitar males mayores. Pero no siempre puede resolver una situación existente en la sociedad. Por ejemplo, reconocemos que la Justicia, ella sola, no puede resolver los problemas políticos. La ley sobre la eutanasia puede aportar elementos que mejoren situaciones dramáticas y evitar "excesos". Pero no nos imaginemos que la ley por sí misma resolverá las graves situaciones creadas por las enfermedades incurables.

A pesar de toda la ayuda que se pueda aportar al paciente incurable y sufriente, éste puede sentirse desesperado e incapaz de seguir soportando más sufrimientos. ¿Qué debemos hacer? La ley seguramente nos permite aplicar la eutanasia. ¿Cuál debe ser nuestra actitud como paciente, como acompañante del paciente o como profesional sanitario? Si anteriormente un solo camino era posible, el del mantenimiento indefinido de la situación del enfermo incurable, esta última ley permite tomar otros caminos, sin impedir el que teníamos anteriormente. Ello no puede ser considerado como negativo si, en todo caso, se respeta la libertad y dignidad del paciente. Pero nos sitúa a todos los que nos encontramos en el entorno del paciente ante un dilema: ¿Qué camino debemos escoger? En la práctica, ¿sabemos, en nuestra sociedad, comportarnos éticamente sin que una ley nos obligue a ello? A la ley no le corresponde dar el sentido de la vida o de la muerte. El objetivo normativo de las leyes reside en posibilitar la mejor convivencia entre todos los miembros de una sociedad, respetando sus legítimas diferencias y orientando la acción hacia la consecución del mayor bien social. ¿Qué debe hacer cada uno? A la ley no le corresponde dar sentido a la vida o la muerte, la respuesta nos la dará nuestro discernimiento personal.

De ahí la importancia que tiene la educación en los valores humanistas, desde nuestra infancia. Educación que nos preparará a dar respuesta a problemáticas tan complejas y tan humanas. No debemos ampararnos en la obligación impuesta por una ley para vernos liberados de nuestra obligación de decidir éticamente.

La ley debe respetar y hacer respetar la dignidad de toda persona. Lo cual incluye la libertad de conciencia que, siempre que ésta sea recta, se convierte en norma de conducta, teniendo en cuenta las repercusiones personales y sociales que de ese actuar se derivan.

En definitiva, lo objetivo normativo de las leyes es referencia necesaria y esencial del discernimiento ético, pero no lo determinante. Lo determinante es el primado de la persona y su capacidad de discernir y decidir responsablemente, que la autoridad pública está llamada a respetar.

Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y José María Muñoa