tra vez es Adviento, y no es menor la emoción -un poco más afligida, eso sí, viendo el mundo que vemos-, cuando desde el fondo de los siglos, desde el corazón de la humanidad y de todos los vivientes, suenan de nuevo las profecías mesiánicas escritas por Isaías hace 2700 años ("No alzarán la espada pueblo contra pueblo, no se prepararán para la guerra"), cuando cada domingo encendemos un nuevo cirio junto a las hojas verdes, cuando volvemos a entonar los cánticos de siempre, cuando cada día, mañana y noche, vuelvo a mi mantra preferido: Maranatha ("Ven, Señor").

Eso significa Adviento en latín o Parusía (en griego): Venida. Un substantivo y, sobre todo, un verbo conjugado en todos los tiempos: Vino, Ven, Viene, Vendrá. Pero ¿quién o qué vino, viene, vendrá? Hay muchas formas de decirlo.

Allá por el año 28 de nuestra era que llamamos "cristiana", por las aldeas campesinas cerca del lago de Galilea, entonces provincia romana de Palestina, un joven profeta llamado Jesús lo dijo a su manera: "Mujeres y hombres ahogados por las deudas y el hambre, atormentados por la enfermedad y las pandemias, sometidos por el Imperio y el Sanedrín, ¡alegraos! Dichosos vosotros, bienaventurados, porque viene Dios, porque llega vuestra liberación".

Pero no vino nadie y todo siguió igual, salvo un grupito de hombres y mujeres en cuyo corazón había prendido la esperanza palpitante, y salvo Jesús que fue detenido, sumariamente juzgado y cruelmente crucificado. Uno más. Y así hasta hoy. Siguen llegando cayucos, miles de inmigrantes se hacinan en condiciones deplorables en el muelle de Arguineguín, y la jueza considera que no se ha cometido con ellos ningún delito y archiva el caso. Será la jueza o será la ley, será legal, pero no es la justicia que esperamos.

¿Y de qué sirve la esperanza? La esperanza transforma el luto en Adviento, como sucedió en unos pocos seguidores de Jesús, y no necesitaron para ello más milagro que el aliento que cura la memoria y empuja la vida. "El mártir Jesús no ha quedado en la tumba -dijeron María de Magdala primero y Pedro después-, sino que su descenso al infierno de la historia ha sido la ascensión a la Fuente de la Vida, como está escrito de todos los mártires en nuestras escrituras inspiradas".

En coherencia con su imagen de Dios, del mundo y de la historia, pensaron que Jesús, el mártir constituido en Mesías o Cristo, volvería muy pronto para dar cumplimento al anuncio, para acabar con las angustias y opresiones y estrenar el mundo según las Bienaventuranzas que aún resonaban en sus oídos. E invocaban a Jesús para que volviera ya del cielo y se acabara la tristeza en la tierra: Maranatha ("Ven, Señor"). Era su manera de animar la esperanza activa, y eso era lo que importaba entonces y nos importa ahora.

Jesús no vino ni vendrá de lo alto como lo habían imaginado, ni habrá fin del mundo, ni siquiera cuando la Tierra acabe siendo absorbida por el Sol dentro de 5.500 millones de años. ¿Se engañó, pues, Jesús, cuando anunciaba el fin de la miseria y de la opresión a las pobres gentes de Galilea en Palestina? No. Aun cuando todas las imágenes que tuvo de Dios y todas las ideas que se hizo del futuro fueran erróneas, y así fueron, Jesús no se engañó. Vivió en Adviento, en esperanza inspirada y activa, y quien espera no se engaña, como no se engaña quien respira.

Tengo ante mí dos iconos que desde hace más de 30 años me acompañan en mi mesa de trabajo y en mi rincón de meditación: el Jesús crucificado de la capilla de San Damián ante el que el joven Francisco de Asís (s. XIII) encontró la luz en su búsqueda oscura, y el Cristo Salvador de Rublev (s. XV), lleno de dulzura y armonía. Vuelvo los ojos a Jesús, pues decir Jesús es para los cristianos una manera -hay otras muchas- de decir, invocar, abrazar la presencia y el anhelo que laten en el Corazón de todos los seres. Todo. Y mientras respiro con el Universo repito: Maranatha.

De sus labios silenciosos, me llegan palabras de promesa y de llamada: "Oh hombres y mujeres de todos los tiempos, cristianas o no, creyentes o ateas, el Adviento no es pasado ni futuro, es encarnar la Presencia buena en la que todos somos Uno. Yo viví mi Adviento, vivid vosotros el vuestro que, al igual que el mío, es el Adviento de toda la humanidad, de todos los vivientes, del Universo entero".