iempre han existido y siempre existirán grupos de naciones en el panorama geopolítico mundial. En la cima de esta clasificación se encuentra el de las superpotencias, ya sean en términos militares, económicos o simplemente de prestigio. Con sus debilidades, ahí se ubica el Reino Unido, núcleo del extinto Imperio Británico, uno de los más potentes de la historia de la humanidad en términos económicos y de influencia cultural. Tengamos en cuenta que esta estructura imperial permaneció vigente hasta pasada la mitad del siglo XX y sigue en la retina de muchos de sus habitantes. El Reino Unido, históricamente, ha sido una potencia global con un horizonte mucho más amplio que los límites continentales. En la mente de muchos británicos (de mayor edad principalmente), la Unión Europea es un marco que limita su histórica vocación universal. Pues bien, hay decisiones que algunas naciones pueden permitirse y que otras, sencillamente, no pueden.

La Unión Europea es una plataforma diplomática para muchos estados miembro. Aquellos cuyas voces pasarían inadvertidas en los foros internacionales, tienen la capacidad de participar en el proceso de toma de decisión de la posición internacional a adoptar por la UE; de tratar de influenciarla en el sentido de sus intereses. Una posición, la de la UE, que sin duda tendrá un gran peso geopolítico. Porque, ¿qué fuerza tendría la posición de Grecia fuera de la UE en el panorama global? En términos diplomáticos, sin embargo, la voz del Reino Unido sí cuenta por sí sola. Recordemos que es cabeza de una organización supranacional, la Commonwealth británica, compuesta por más de 50 países distribuidos por todo el planeta. Es uno de los miembros más destacados de la OTAN y, sobre todo, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU (Alemania, por ejemplo, no lo es). Su aliado natural ha sido Estados Unidos, del que siempre ha ido de la mano en política internacional. El atlantismo en muchas ocasiones ha gozado de más apoyo que el europeísmo en las Islas.

Y es que los tentáculos británicos se han extendido por todo el globo. Por ello, Londres es un hub comercial de dimensión global. Como ejemplo, en sectores de actividad como la compraventa internacional de mercaderías, gas y petróleo, comercio marítimo o el sector de los seguros, las grandes corporaciones de todo el mundo en sus relaciones contractuales eligen Londres como jurisdicción y la ley inglesa como ley aplicable, excluyendo otras normas internacionales alternativas. Su sistema legal de Common Law está ampliamente expandido. Así, para los ingleses la uniformización a nivel europeo de derecho privado es un mal negocio (la eterna unidad de medida en el mundo anglosajón).

Pese al triunfo del brexit, a nadie se le escapa que salir del mercado único era algo indeseable para la economía británica (más aún cuando más de la mitad de las exportaciones e importaciones británicas se relacionan con la UE), y ellos lo saben. El planteamiento de la Unión en la mesa de negociación está consistiendo en ofrecer al Reino Unido un acuerdo comercial de aranceles y cuotas cero antes del término del periodo de transición. Ambiciosa y generosa oferta, sin duda.

Nos hemos pasado años hablando del impacto del brexit sobre la economía británica sin hablar del efecto sobre otro actor fundamental que arrastra a las economías de todos los Estados Miembro. Las empresas alemanas no tienen intención de perder el acceso al mercado británico. Según datos de la Cámara Alemana de Industria y Comercio (DIHK), el Reino Unido es el quinto mercado de exportación alemán, exportando bienes valorados en 80 billones de euros, con más de 750.000 puestos de trabajo en Alemania dependientes de la exportación al Reino Unido. Añádase que casi todas las exportaciones a Irlanda pasan por él. En el sector de la industria automovilística, el mercado británico es el que aporta mayor margen de beneficio a la industria alemana. En caso de un brexit sin acuerdo comercial, el crecimiento de la economía alemana se vería afectado en un momento en el que la recesión ya asomó y el COVID-19 se ha encargado del resto. Según el Instituto Alemán para la Investigación Económica (DIW Berlín), Alemania debería prepararse para una pérdida de ingresos de entorno a los 10 billones de euros. La conclusión es fácil: la economía alemana sufre de mayor incertidumbre que el total de la zona euro debido a que su sector industrial está muy enfocado a la exportación, y se verá directamente resentido por la bajada de la demanda en el Reino Unido (sustituida por productos de países con los que el Reino Unido firme nuevos acuerdos comerciales, o por productos nacionales reforzados por medidas de inversión en su industria). El brexit impactaría con mayor dureza a Alemania que al resto de la Eurozona. Y todos sabemos que cuando Alemania estornuda, Europa se constipa.

A ello debe añadírsele la pérdida de Londres como capital financiera (recordemos que la City de Londres es el segundo mayor centro financiero del mundo), el miedo al inicio de una fuerte competencia en el terreno fiscal y la no menor pérdida de acceso de la industria pesquera europea a las aguas territoriales británicas.

El Reino Unido se muestra favorable a la firma de un acuerdo comercial con la UE que elimine barreras y aranceles. Pero su gran condición es no someterse a las regulaciones europeas sobre competencia y ayudas de estado. El Reino Unido pretende invertir lo hasta ahora destinado al presupuesto de la UE (nada menos que el segundo contribuyente neto por detrás de Alemania) en sus industrias nacionales. Dopar económicamente a las industrias de su económicamente relegado norte o a su sector primario, para después competir sin aranceles con las empresas europeas. Algo imposible de aceptar para la UE, que exige el famoso level playing field (mismos estándares y normas comerciales que garanticen la competencia leal entre las empresas nacionales de ambas partes).

Pero, ¿cómo es posible esta agresividad británica en la mesa de negociación? ¿Se imaginaría alguien a España fuera del mercado común, aislados comercialmente? Es aquí donde vuelve a reactivarse la potente red de socios de la que disponen los británicos. Las negociaciones para un tratado de libre comercio con Estados Unidos comenzaron el pasado mayo; con Australia, este junio; y con Nueva Zelanda, el pasado julio. El brexit ha afectado las negociaciones de la UE con India: ahora estos últimos miran con mejores ojos hacia Londres (más aún después del acuerdo UE-Vietnam). Ambiciosos acuerdos comerciales para los que los británicos sí aceptarían la libertad de movimiento que no querían para polacos, griegos o checos. "Champions of the Free Trade", en palabras de su líder, Boris Johnson. El objetivo es intentar arrancarle a la UE las mejores condiciones confiados en que, en caso de no acuerdo, sus discípulos vendrán al rescate, los hijos de Albión. Como dijera Sir Winston Churchill en tiempos más dramáticos: "Y si esta isla se viera subyugada y hambrienta, entonces nuestro imperio más allá de los mares (€), el Nuevo Mundo, con toda su potencia y poder, dé un paso adelante para lograr el rescate y la liberación del viejo".

Abogado