on ya miles de líneas de tinta las vertidas con la pregunta: ¿hemos aprendido algo de esta crisis? Aunque la respuesta sea sin duda afirmativa en los aspectos sanitarios, no lo podemos asegurar en otros ámbitos sociales y económicos. Lo que haría de verdad cierto este aprendizaje es que respondiéramos con algo distinto e importante de cara al futuro próximo, en el modelo sanitario pero también en lo educativo, asistencial, comunitario y económico. Reactivar la economía es imprescindible, pero para algunas actividades tendrá que ser con otra distribución de profesiones, con otra composición de sectores, con otros horarios en colegios y trabajos, y para otras repensando profundamente su modelo como es el caso del turismo y el ocio de grandes masas. Habremos aprendido si consensuamos algo útil para el futuro que mejore la situación de partida en capacidad de respuesta ante crisis globales.

La primera lección consiste en la forma de abordar la crisis en relación con la situación posterior deseable. Sería sensato darnos cuenta de dónde estamos, definir qué queremos y ponernos a hacerlo juntos. En esto último Europa está dando signos de un cambio de actitud. No vale querer buscar soluciones individuales para cada país, sector o actividad. Si prescindimos de definir lo que queremos, iremos directos a buscar repetir lo que había antes de la crisis. Esto es lo que está pasando y es señal de que no aprendemos mucho. La solución al problema que nos atañe es muy distinta en función de que definamos o no, lo que queremos, y que evaluemos en qué medida esto que buscamos es una garantía para un mejor futuro. Por poner un ejemplo muy vigente: intentar recuperar rápidamente el número y tipo de turistas a las cifras de 2019 -83 millones- es una utopía. La situación actual nos conducirá a un paro estructural del sector, que va a requerir una reconversión de la estructura de los negocios, de los empleos y de la oferta turística. Por otro lado, la lección número cero -que es por todos compartida- es que el sistema sanitario es insuficiente en recursos y empleos en casi todas sus estructuras, y especialmente en los entornos de atención de proximidad. Los rebrotes vuelven a revelar grandes carencias en personal de rastreo. Se cuantifican en cientos de miles las ocupaciones necesarias en el sector de la salud y cientos de miles las personas que van a dejar de trabajar en el sector turístico. Una forma interesante de abordar conjuntamente estos dos problemas sería el apoyo económico para una reconversión de empleos desde un sector a otro, a través de un proyecto estatal o europeo de recualificación progresiva de personas, con altos incentivos a la formación, entre los sectores turístico y sanitario. Hibridación de sectores, que en un plazo de dos o tres años puede iniciar la construcción de un turismo de experiencia y sobre todo de salud, con un clima más benigno para muchos europeos del norte, que puedan pasar estancias más largas. Tendría sentido un plan europeo de inversión y reconversión de algunos servicios de turismo y comercio en salud de proximidad y con nuevas tecnologías. Ya hubo un proceso similar para la reconversión industrial a finales del siglo pasado. Sin embargo todos los sectores aspiran a volver a las actividades y cifras del 2019.

La segunda lección que podemos extraer de esta crisis es que la distribución poblacional sigue actualmente sendas que generan y van a generar muchos problemas en distintos frentes. Los territorios vaciados y las concentraciones de servicios en muy grandes ciudades, afectan de forma negativa al cambio climático, a problemas de salud por contaminación, a confinamientos vivenciales sin espacio vital, a pérdidas de tiempo en transporte, y a una compleja y crítica red de logística alimentaria. Todo ello acelerado por una visión centralizadora de los servicios y del crecimiento -sin límites- en la dimensión de instituciones y empresas. Esta segunda lección nos tiene que llevar a reconsiderar la ubicación mucho más distribuida de agencias de administración y gobierno, con redes locales de salud y de educación, con centros culturales y de investigación, así como de servicios y fábricas. Todas estas desconcentraciones se pueden apoyar en otra realidad que se impone -y ha funcionado técnicamente bien tras esta crisis- como es la digitalización de muchas actividades sociales y de trabajo. Pensemos en esa ciudad verde de dimensión pequeña de los quince minutos a pie para lo diario, 20 kms en transporte público individual y automático para lo especial, y en todo el mundo en un clic. La vivienda en el entorno rural respecto al urbano ha adquirido, en estos días de confinamiento, un valor diferencial de bienestar, flexibilidad, continuidad y seguridad sanitaria a favor del primero. La contraindicación evidente a este cambio está en la campaña de renovación de vehículos privados a motor.

La tercera lección nos conduce a repensar sobre los lazos intergeneracionales vigentes, y cuáles son sus fortalezas y debilidades. Lo observable es que estos lazos se resienten con el modelo social y económico del que nos vamos dotando a lo largo de las dos últimas generaciones. Los problemas están a la vista: emancipación tardía, costoso acceso a la vivienda propia, difícil conciliación familiar, muchas horas de empleo por familia, insostenible cilindro poblacional, sobrecarga de cuidados en las mujeres. Ante crisis económicas como la del 2008 el empleo juvenil se resintió mucho, y fueron las rentas de jubilaciones las que dieron cierto soporte económico. Los jóvenes por otro lado valoran negativamente las condiciones de empleo y ambientales que la generación anterior les deja en herencia, y a su vez los mayores reclaman el retorno de sus ahorros por sus largos años de trabajo del pasado. Los antiguos lazos intergeneracionales -de origen rural- sufren una visible descomposición en la creciente sociedad urbanizada. Niños, adolescentes, adultos, mayores y muy mayores son colectivos que se van separando siguiendo la ruta del "iguales juntos", replicando los modelos productivos, y descomponiendo la relación familiar que ha sido hasta ahora el nexo cohesionador de los individuos, siguiendo el "distintos juntos". Este debiera ser el cambio de rumbo. Reordenar estas interacciones es necesario y tal vez solo sea posible ante cambios sociales profundos en lo que entendemos por bien vivir. Cuando nos demos cuenta que el lujo del futuro es disponer de relaciones positivas, educación para cooperar, tiempo y espacio, iremos reordenando de otra forma todas estas cuestiones, hacia modelos de mayor cercanía, disponibilidad de tiempo, menor consumo y concordia intergeneracional.

La cuarta lección se refiere a la reordenación de lo que consideramos importante. Con ello podremos resituar la capacidad y organización de los servicios de salud, la investigación en general y su aplicación al trabajo, las respuestas al deterioro del medio ambiente, los sistemas de formación de jóvenes y adultos, y otros. Ya hace tiempo que se explica por qué el PIB no es representativo de estos logros necesarios, pero no hay nada que lo sustituya, ni parece que tampoco ganas de hacerlo. La riqueza social incluye otras cosas, que ahora hemos valorado mucho, como los servicios esenciales de salud, educación, alimentación, cultura, telecomunicaciones, confianza, etc. Hemos descubierto que el trabajo hacia las personas está en el núcleo del bienestar de la población a cualquier edad. Lo que conduciría este aprendizaje sería a regular al alza su dotación, reconocimiento, cualificación y retribución, cosa que se ha iniciado en Francia. Parece que -como una cortina- el desarrollo oculta lo que debiera ser un progreso mas ético, saludable, humanista y equitativo. Este crecimiento económico de finales del siglo pasado se abrió camino desde una situación de escasez -postguerra- a otra de mayor abundancia que condujo a la unidad de familia monogeneracional, creando distancias físicas entre las generaciones de la misma. El desarrollo económico, y su efecto multiplicador en los recursos materiales y en las viviendas, separaron a las unidades familiares en el entorno urbano, reduciendo el número de habitantes por domicilio, aumentando a su vez los medios y equipamientos necesarios y nunca compartidos. Lo que condujo a un aumento del número de personas trabajando jornadas enteras por unidad familiar. Por ello la atención a pequeños y mayores se ha ido externalizando bajo pago a través de medios públicos o privados, reforzando así las necesidades de ingresos de las familias a través del trabajo o de cargas impositivas.

Esta pandemia, hace aflorar estos y otros problemas hasta ahora escondidos, que requieren una reconsideración importante en sus raíces. Volver a lo de antes, pero sin coronavirus va a ser imposible, por lo que tendremos que aprender, diseñar, experimentar y aceptar los cambios imprescindibles en muchas otras cosas, que nos permitirán evitar las graves consecuencias que nos rodean ahora y que se aplicarán a otras situaciones a futuro.