hora que casi hemos perdido la noción del tiempo y que vivimos en un halo de irrealidad, como de novela distópica, podemos permitirnos hacer un poco de política-ficción: si Rajoy fuera presidente y se hubiese erigido en Mando Único exactamente con los mismos argumentos que Pedro Sánchez, y si las ruedas de prensa sobre la situación sanitaria se desarrollaran, día tras día, con generales de varios colores exactamente como viene ocurriendo, es muy dudoso que, a pesar del confinamiento, nos estuviéramos comportado tan mansamente. Ni qué decir si el Estado Mayor de la Guardia Civil hubiera reconocido, con toda naturalidad, el “seguimiento de bulos susceptibles de crear desafección a instituciones del gobierno”. Resulta evidente que en política los prejuicios y los estados de opinión inducidos van más allá de lo que debiera admitir el sentido crítico y que, además, no existe fórmula más fácil para concentrar poder que una situación de miedo generalizado.

Así como estamos, el único margen que nos queda para mitigar el ejercicio de poder del Mando Único es obligar a Sánchez a preguntarse hasta dónde puede hacer enfadar al PNV sin que ello le pase factura. Pero el estado de necesidad de Pedro Sánchez, gobernando en minoría, no deja de ser un mecanismo de influencia política coyuntural. De hecho, lo ha sido siempre: la defensa del autogobierno y de los intereses de Euskadi solo ha sido posible cuando el gobierno español de turno ha necesitado los votos del grupo vasco. Si durante 40 años la cosa ha sido así, ¿qué cabe esperar del escenario post-pandémico? Tras el fracaso de la segunda parte de los Pactos de la Moncloa, Pedro Sánchez envió a los partidos un diseño de “mesas de diálogo”. Cuatro mesas de las cuales, por lo menos, dos versarían sobre materias sustanciales del autogobierno vasco: la sanidad y las políticas sociales. Una metodología muy peligrosa, que parecía dejar en manos de los partidos españoles un rediseño de materias esenciales del autogobierno vasco. Estas eran las “mesas de diálogo” que han inspirado a Idoia Mendia su curiosa campaña de desavenencia con el lehendakari, parece ser que enfadada porque Iñigo Urkullu reivindique la voz de Euskadi. Lo cierto es que dichas mesas solo han servido para eso, como inspiración para Mendia, ya que a las pocas horas de darse a conocer decayeron a petición de Casado.

Ahora parece que el planteamiento pasa por una comisión en el Congreso. Suponiendo que se la tomen en serio habrá que ver qué riesgos supondrá para Euskadi y cómo nos las arreglaremos en esa melé. La lógica debería llevar a que los diputados del PNV y los de EH Bildu empujaran a una para proteger el autogobierno vasco, que, por cierto, no es una mera descentralización administrativa como algunos parecen creer. Por ahora, tenemos unas prometedoras declaraciones de la diputada de EH Bildu, Mertxe Aizpurua, denunciando la invasión competencial y “el derribo de un trabajo que ha durado más de 40 años”. Desde luego, el autogobierno vasco con todas sus fragilidades ha requerido de un intenso e ingrato trabajo de reivindicación y de defensa durante 40 años. Un trabajo realizado en solitario por el PNV y que, lejos de reconocimientos, más bien le ha solido suponer menosprecio por parte de la izquierda abertzale. Nunca es tarde si la dicha es buena.

Sin embargo, qué difícil se hace poder creer en la posibilidad de una colaboración sincera entre las dos fuerzas políticas abertzales vascas cuando EH Bildu mantiene todo su empeño en atacar al PNV con la esperanza de que, tras tanta estrategia fallida, una pandemia le abra, por fin, el camino a la hegemonía política. Así que andan surfeando con ahínco la ola de la crisis sanitaria. Lo que ocurre es que pretenden surfear también la resaca: lo mismo denuncian “improvisación” en el cierre de las escuelas como exigen el confinamiento absoluto y el cierre de todas las fábricas para, a renglón seguido, abogar por la apertura de los mercados. Lo mismo pretenden liderar una campaña para que los niños salgan a la calle que, cuando lo pide Urkullu, exigen con remilgo que se analice la seguridad de la medida. O acusan al Gobierno Vasco de preocuparse solo por las grandes empresas y no por el comercio local y, cuando el lehendakari propone ir pensando en la apertura de las tiendas, resulta que Otegi considera que no hay ni que mencionar tal posibilidad.

EH Bildu desde el principio pretendió colocar la idea de una “mesa de crisis” en el debate político. En aquel momento, la idea tenía tanto contenido como los ‘Pactos de la Moncloa’ de Sánchez después: ninguno, más allá del marketing político. Arnaldo Otegi quiso proyectar la sensación de que EH Bildu presentaba una alternativa ante un Gobierno Vasco que previsiblemente tendría que afrontar problemas durante la crisis sanitaria. No olvidemos que entonces aún creíamos que las elecciones serían el pasado 5 de abril. Ahora, al rebufo de la propuesta de Idoia Mendia para activar en Euskadi una “mesa de partidos” como la ya caducada en Madrid, Otegi ha dado con la cobertura para reponer su idea.

Este tipo de propuestas lo que pretenden es proyectar que quien propone es “colaborativo” y, sobre todo, que quien se niega es un borde que raya lo autoritario, y como llevamos un mes y medio de confinamiento y estamos sensibilizados, creen haber encontrado terreno abonado para sustentar esa tesis. En realidad, para colaborar no se requieren mesas, basta la buena voluntad. En ningún país existe una mesa como la que propone EH Bildu, básicamente porque una fórmula tan amplia y difusa carece del mínimo de eficacia requerida en una situación como la actual. Se habla mucho del ejemplo de Portugal. En Portugal, el jefe de la oposición, Rui Rio, ha dejado dicho: “yo no estoy cooperando con el Partido Socialista, estoy cooperando con el Gobierno de Portugal, en nombre de Portugal” y no ha exigido liderar una mesa de crisis, sino que ha brindado la colaboración sincera de su partido al Primer Ministro. Nadie exige tanto a Arnaldo Otegi. Si acaso, que se olvide de manuales marxistas y recuerde que ahora el objetivo colectivo es vencer al virus, no atacar al PNV.

En cualquier caso, no es fácil acertar en el diagnóstico de lo que ocurre con EH Bildu. Se les ve necesitados de calamidades y pandemias, motivados por la desgracia y enfrentados con los valores e intereses de la mayor parte de la sociedad vasca. La última década comenzó con su triunfo electoral en Gipuzkoa, y Bildu llegó al gobierno foral porque el PNV, sin escuchar los cantos de sirena de PP y PSOE, decidió darles la oportunidad de demostrar su estilo. Tras cuatro años de gobierno en la Diputación han perdido ya en dos ocasiones consecutivas. Un fracaso que no entraba en las previsiones de EH Bildu y que parece haber enconado cualquier posibilidad de acuerdo con los jeltzales en Gipuzkoa, territorio natural de colaboración y mayorías abertzales en el que se plantea con toda crudeza la lucha por la hegemonía de la izquierda abertzale. No cabe duda de que ese afán de hegemonía acaba relegando absolutamente la posibilidad de plantear con sinceridad alternativas de país. Si bien EH Bildu nació de un ejercicio de “acumulación de fuerzas”, es innegable que el eje del almiar lo ha constituido Sortu y que su secretario general ha reiterado que siguen haciendo el mismo camino “de siempre” aunque hayan “cambiado de zapatos”. Es decir, que la nueva normalidad consiste, según Arkaitz Rodríguez, en una evolución más adaptativa que ética. Avanzando en la evolución de esa nueva normalidad, hace meses ya que Otegi anuncio la conveniencia de una “alianza de izquierdas” con el PSOE, una alianza que ya se ha ido materializando en Nafarroa y Madrid, y que, más allá de grandilocuencias, tiene una finalidad muy práctica: el cambio de la política penitenciaria. No se sabe si los últimos movimientos concomitantes del PSE y de EH Bildu en torno a las “mesas” siguen esa lógica, pero por lo menos sugieren la idea de que ambos partidos creen que ya es tiempo de reactivar la precampaña electoral al Parlamento Vasco.