as plataformas digitales de empleo han estado en el foco del debate últimamente. Especialmente por compañías de transporte como Deliveroo, Glovo o la propia Uber (y sus diferentes ramas). Estas han provocado un agrio y sensible debate por las malas condiciones laborales que aparentemente ofrecen. Por otro lado, Oscar Pierre, director general de Glovo, no para de decir una frase que me parece igualmente cierta: son empresas intentado aplicar una regulación pre-Internet a condiciones de trabajo post-Internet. Es una de esas situaciones en las que se entiende a ambas partes.

El alcance de este tipo de plataformas va mucho más allá. Hay plataformas como Amazon Mechanical Turk (AMT), Clickworker, Crowdflower, Microworker o Prolific donde uno puede ofrecer sus servicios de trabajo por Internet a golpe de clic. Se pueden contratar y vender horas de diseño gráfico, desarrollo web o arreglo de lavadoras a personas que quizás vivan a 10.000 kilómetros de nosotros. Las capacidades de comunicación y relación que ha traído Internet lo hace posible. La crisis del COVID-19, que ha implantado a la fuerza el trabajo remoto, es una oportunidad para aprovechar este escaparate al trabajo.

Antes de esta crisis sobrevenida, el crecimiento de estos empleos había aumentado un tercio. Lo previsible es que siga subiendo. Según se van automatizando ciertos puestos de trabajo (los "subcontratables en la distancia"), aparecen más microtareas o microempleos. Esto es lo que precisamente ofrecen trabajadores y trabajadoras de todo el planeta en estas plataformas. Tareas cortas y de alcance delimitado como traducciones de textos, validación de datos o moderación de contenidos en un espacio de conversación web.

Como ha ocurrido en la polémica de las empresas de transporte, el núcleo de debate con estas plataformas radica en la (inexistente) relación laboral. Las condiciones de trabajo son fijadas por la propia plataforma web, donde dice cómo y cuándo se les pagará, así como cuándo y de qué forma se les evaluará su trabajo (la tiranía de ser evaluado constantemente). La dispersión geográfica de estos trabajadores, así como su falta de relación laboral, hace que la sindicación o agrupación laboral sea una utopía. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) organizó un cuestionario que llegó a un total de 3.500 participantes de 75 países en esas plataformas. Los datos son bastante interesantes para entender mejor la composición y descripción de este colectivo: un 80% tenía estudios superiores en ciencia y tecnología; una media de 33,2 años; un 45% son mujeres y un 55% hombres; un 32% dijo que exponía ahí sus horas de trabajo para complementar su salario y trabajo principal; y un 22% dijo que trabajaba ahí para poder hacerlo desde casa. Un punto crítico es el salario. Como ya ocurre con las de reparto de comida a domicilio, el salario a la hora de un porcentaje muy importante del total de participantes está por debajo incluso del salario mínimo interprofesional: entre 2 y 6,5 dólares a la hora. La segunda gran preocupación, que es particular a este tipo de trabajos, es el rechazo a trabajos realizados. Entregar un producto en un hogar es algo bastante estándar. Es difícil no hacerlo bien con un GPS en mano. Sin embargo, en estas plataformas, si una tarea no está bien descrita, un trabajador puede aceptarla, completarla y posteriormente ser esta rechazada por no completar el alcance. Naturalmente, esta situación lleva a que no se pague el trabajo realizado.

Estos retos sociales y laborales ha llevado a que la Unión Europea ya esté trabajando en el marco de una comisión que ha llamado el Futuro del Trabajo. Se requieren nuevos modelos de referencia para establecer protecciones y derechos básicos frente a las situaciones anteriormente descritas. Es difícil imaginar un mundo en el que estas plataformas no tengan un papel importante. También es difícil imaginar un mundo sin una mayor protección de nuestras sociedades. El trabajo es algo muy importante como para dejarlo al libre mercado digital alegremente.