El testamento es uno de esos términos que tanto manejamos en nuestro día a día que en ocasiones no trascendemos a sus implicaciones. Formalmente, es un acto por el que una persona dispone de sus bienes tras su muerte. Con la irrupción digital de los últimos veinte años, no son pocos los casos en los que se han dado circunstancias para poner en duda qué hacer con determinados activos digitales. Y esto solo va a ir a más. Especialmente mientras los datos personales sigan sin una regulación que permita determinar objetivamente su valor. Supongamos por ejemplo que dentro de diez o quince años nuestros perfiles de comportamiento digital deban ser pagados directamente a sus legítimos propietarios. ¿Cuánto valdrá esto en el testamento? Ya no podrá comprar la persona fallecida pero, ¿y si permite entender el comportamiento de otros usuarios a los que se parecía? ¿Será el usuario consciente de lo que está dejando en vida? ¿Y qué pasará con las criptomonedas?, ¿a quién pasa su titularidad? Su carácter anónimo hace que no exista una manera de vincular la moneda a su propietario y sin sus claves de acceso no se podrá nunca acceder al dinero de la persona fallecida. ¿Se perderá entonces ese dinero? ¿Y ¿qué ocurre con los perfiles de consumo de contenidos de Netflix o Spotify?, ¿a quién pertenecen? Como ven, hay más preguntas que respuestas. Las redes sociales de propósito general (Facebook, Twitter, Instagram, etc.) manejan el fallecimiento digital de diferentes maneras. No existen pasos similares entre todas ellas. Por fortuna, según nos hemos ido haciendo mayores digitalmente hablando, han comenzado a aparecer procedimientos para tener una identidad digital que reconozca el fallecimiento. Anteriormente a ello se habían dado circunstancias realmente paradójicas. Twitter permite a la persona autorizada borrar todo su histórico. Facebook e Instagram abren más las opciones. Google tiene una herramienta para planificar el futuro digital de una persona más allá de su muerte. Pero, claro, la vida digital tiene más ramificaciones. ¿Qué pasa si seguimos la transformación digital de las empresas y de las administraciones públicas? Habrá usuarios y claves en muchos sitios de Internet que el usuario ni siquiera sabrá que existen. Relaciones laborales, sociales, etc. expresadas en medios digitales que, quizás, también algún día tengan una visión integral. Por el momento esto no existe. Es lógico que con todo el contexto anterior el artículo 96 de la Ley de Protección de Datos y Garantías de los derechos digitales regule ya el derecho al testamento digital. Básicamente reconoce a los servicios de certificación digital que actualmente gestionan archivos digitales (entiéndase por esta generalidad todos los casos expuestos aquí al comienzo) su tipificación como albaceas digitales si así lo queremos. Es decir, que deberán ser nombrados en testamento. De lo contrario, podrían no ejercer como tal. La complejidad del testamento digital tampoco es fácil. Y por ello es probable que veamos evolución en los próximos años. Más allá de las cuentas de correo electrónico, espacios de almacenamiento en la nube y cuentas financieras o administrativas, hay otras situaciones que ahora mismo son complejas de delegar. El modelo de poseer activos digitales es probable que cambie sustantivamente si prosigue la adopción de modelos de propiedad en red inspirados en las cadenas de bloques (como las criptodivisas). Son modelos donde la propiedad queda diluida en una red, que es, en su conjunto, la que da sentido y significado a la propiedad. De la web profunda, ya ni hablamos. Ante esta situación, es normal que hayan nacido ya empresas para gestionar en su integridad este legado digital. Son plataformas especializadas en legar todos estos bienes (contraseñas, cuentas, claves de acceso, métodos de cifrado de archivos, etc.) de forma estructurada y expresar dichos legados en sistemas de cadenas de bloque. Esto nos llevaría incluso a testamentos comunitarios, que tampoco creo sean una utopía imaginarlos. Sea como fuera, la dimensión digital ha adquirido tal sentido que debemos tenerla presente en múltiples gestiones de nuestra vida.