Está claro que el mundo y, en particular, la economía está cambiando de una manera tan rápida que lo que lo que hace unos años era impensable ahora se presenta como una posible realidad. Lo que hace algunas décadas, era tan pernicioso que obligaba a los ciudadanos a salir a la calle para impedir el desarrollo de proyectos energéticos que se consideraban peligrosos, hoy, sin embargo, se presentan como posibles y necesarios por mor de un proceso de descarbonización y el aumento de consumo eléctrico por la irrupción de nuevas actividades empresariales vinculadas a la tecnología. Del “Nuklearrik ez” hemos pasado a “Nuklearrak, agian bai”.

El debate está servido encima de la mesa por el presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez-Galán, y el CEO de Endesa, José Bogas, que proponen un posible aplazamiento del calendario de cierres de las cinco centrales nucleares existentes en el Estado previsto entre los años 2027 y 2035. Las razones que esgrimen es que se trata de garantizar el autoabastecimiento eléctrico, debido a la crisis energética causada por la invasión rusa de Ucrania y al aumento del consumo energético provocada por la instalación de empresas de base tecnológica y los efectos de la climatización. En paralelo, también demandan una revisión a la baja de la carga fiscal que soportan las centrales nucleares para que su actividad sea rentable económicamente.

Sin enchufe eléctrico

La propuesta presentada, curiosamente, al unísono aprovechando la presentación de los resultados del pasado ejercicio de las dos eléctricas, no ha contado con el rechazo total de la vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica. Sara Aagesen, que de manera escueta ha contestado: “Tendremos que ver lo que están proponiendo”. Nada que ver si la cuestión se hubiera planteado hace tan solo unos meses atrás.

A estas circunstancias tan cambiantes que está teniendo el sistema energético en Euskadi y en Europa, hay que añadir el importante progreso tecnológico que ha tenido la energía nuclear en términos de seguridad y sostenibilidad. Probablemente, algunas instituciones vascas que, en su día, apelaron al cierre de la central de Garoña, hoy, sin embargo, tendrían otra posición al considerar el papel que la energía nuclear podría tener en el mix energético vasco en este proceso de electrificación con una paupérrima aportación de la renovable que solo supone un 2%.

En Alemania, la CDU, el partido que ha ganado las últimas elecciones de la mano de Friedrich Merz, propone en su programa electoral la diversificación de las fuentes energéticas con el objetivo de que el 80% proceda de las renovables en el año 2030 y se abre a la investigación de la energía nuclear. Justamente, todo lo contrario a lo que hizo su antecesora, Angela Merkel, que decidió el cierre de todas las centrales nucleares existentes en el país.

El caso de Euskadi es paradigmático porque, a pesar de que contamos con una alta tecnología y fabricamos avanzados generadores eólicos, sin embargo, nos encontramos a la cola de Europa en generación de energía propia, que solo llega al 8,6% del consumo eléctrico vasco. La gran contradicción de este país es que la inmensa mayoría de sus habitantes son favorables a la energía renovable, pero nadie quiere los molinos al lado de su casa, con lo que llevamos más de 18 años sin instalar un parque eólico en la CAV.

Las ventajas parecen claras. Por poner un ejemplo, la producción eléctrica del nuevo parque eólico de Labraza –que el Ayuntamiento de la localidad alavesa de Oion, cuyo alcalde pertenece a EH Bildu, aprobó hace unos días por “imperativo administrativo”–, es similar a la que tenía la central nuclear de Garoña que está siendo desmantelada, debido al importante aumento de la capacidad productiva con la que cuentan a día de hoy los aerogeneradores de última generación.

Detrás de esta falta de inversión en energía eólica puede haber motivaciones de tipo político que tuvieron su origen en la decisión de algunos partidos de no apoyar la licitación de los proyectos de parques eólicos que se presentaban para no crear tensiones con otras fuerzas políticas que se oponían a la instalación de esas infraestructuras, con lo que existen propuestas de instalaciones eólicas guardadas en un cajón desde hace 30 años.

Esta ausencia de inversión en parques eólicos en la CAV contrasta con la que se produce en el Estado, que es el quinto del mundo y segundo de Europa, con una mayor producción de este tipo de energía que alcanza el 24% frente al 2% vasco. Paradójicamente, la CAV es la tercera región del Estado con menor instalación de renovables, después de Madrid y Baleares, y la segunda comunidad en consumo eléctrico después de Catalunya en empate técnico con Andalucía y Valencia, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).

La consecuencia de una situación de alta demanda y muy escasa generación energética propia es la absoluta dependencia energética que tiene la CAV y que está abocada a contar, contradictoriamente, con la energía nuclear producida en Francia, la hidroeléctrica de los saltos del río Duero, la renovable de los parques eólicos de Navarra y las centrales de ciclo combinado que utilizan gas como combustible

Una situación que deriva en tormenta perfecta cuando la red eléctrica no ha sido renovada desde hace 40 años, y es incapaz de absorber el aumento de la demanda de consumo y el incremento de la producción eléctrica originada por la incorporación de nuevas fuentes energéticas como la eólica o la fotovoltaica.

En la CAV este problema se ha convertido ya en estructural porque la demanda de energía eléctrica por parte de la industria se ha multiplicado por ocho en los últimos tres años y no puede satisfacerse por contar con una red sobresaturada, a lo que hay que añadir la imposibilidad de responder a las nuevas conexiones provenientes de instalaciones de energía limpia, con lo que se están poniendo en cuestión los objetivos climáticos y de autosuficiencia energética.

Este “cuello de botella”, que se debe a la ausencia de planificación del Gobierno español desde a época de Aznar y a que las compañías eléctricas no se han visto presionadas para invertir en la red y darle mayor capacidad y potencia, tal y como hace años demandaban las empresas vascas, puede tener consecuencias en una pérdida de competitividad de nuestras compañías al no poder desarrollar sus planes de crecimiento.

La otra consecuencia es que esta red eléctrica sobresaturada cortocircuita –nunca mejor dicho–, la implantación de nuevas empresas, sobre todo aquellas, de mayor consumo y que están vinculadas al ámbito tecnológico. Y esto ya son palabras mayores sobre todo cuando hablamos del futuro industrial de este país. Al respecto, el consejero de Industria, Mikel Jauregi, fue muy claro en una reciente entrevista. “Si queremos atraer nuevas empresas, lo primero que te preguntan es: ¿dónde está el enchufe? Y ahora mismo no hay enchufe”. Tenemos un gran problema y la solución parece que no va a ser fácil en el corto plazo.