La situación de gran incertidumbre y cambio en la que vive anclado el mundo desde hace ya algún tiempo, requiere actuar de manera rápida y flexible para poder responder de la manera más acertada posible a coyunturas totalmente impredecibles que originan unas consecuencias desde todo punto inimaginables y con efectos de larga solución en el tiempo.

Justo nos estábamos reponiendo de los efectos de la pandemia del covid-19, que se ha convertido en un antes y después de la historia de la Humanidad, cuando surgieron dos conflictos bélicos en el mundo, uno de ellos en el corazón de Europa, que hicieron tambalear las estructuras económicas de los países, sobre todo las energéticas, en el caso de la invasión rusa de Ucrania, y el suministro de materias primas, en el de la ocupación de Israel de la franja de Gaza, produciéndose en algunos casos situaciones de alarma.

Y cuando esa situación parecía haberse resuelto de una manera más o menos aceptable, se produce el mayor apagón informático de la historia debido, al parecer, a un error humano, lo que ha puesto en evidencia la absoluta dependencia de las empresas de una tecnología que ha demostrado que no es fiable al 100%, la falta de alternativas a una situación inesperada y la existencia de un oligopolio por parte de unas pocas compañías tecnológicas que dominan el mundo del algoritmo en el planeta.

El mejor escritor de novelas de ciencia ficción nunca hubiera imaginado tal secuencia de acontecimientos en tan corto espacio de tiempo, que han servido para poner el mundo boca arriba en cuestión de horas y volver a demostrar, una vez más, la vulnerabilidad del ser humano.

Y en este contexto, es donde Corporación Mondragon va a iniciar una nueva etapa de la mano de su nuevo presidente, Pello Rodríguez Zabaleta, que releva en el cargo a Iñigo Ucín, al frente del grupo cooperativo durante los últimos ocho años, y que ahora se jubila. Rodríguez tiene como misión impulsar el reto de Mondragon de alcanzar en los próximos cuatro años posiciones de liderazgo, siendo más competitivos, más cooperativos y ágiles ante los cambios de coyuntura para ser un agente clave en la transformación social, que es el definitiva, el espíritu y el objetivo que se marcó el P. Arizmendiarrieta, cuando hace más de siete décadas puso en marcha el movimiento cooperativo.

Uno de los ejes más importantes de la política socioempresarial que ha aprobado el último congreso de Corporación Mondragon, celebrado hace unos días, para el cuatrienio 2025-2028, es el referido a la apertura de Mondragon a la hora de formar alianzas con otros grupos empresariales para crecer en nuevas áreas de negocio de futuro vinculados con la digitalización, la Inteligencia Artificial, la robótica avanzada, etc. De hecho, en el terreno de la descarbonización, Mondragon tiene constituidas alianzas con quince grupos estatales que están inmersos en proyectos con distintos niveles de desarrollo, algunos ya en fase de instalación.

En paralelo, estos objetivos de apertura también tienen otra variable como es la necesidad de romper con la poca visibilidad que Corporación Mondragon tiene en el conjunto de la sociedad, por el desconocimiento que existe sobre lo que significa el movimiento cooperativo, los valores que defiende, y el importante impacto social que genera en el entorno donde se ubican sus cooperativas, quizás porque desde dentro no se ha cuidado este aspecto como debería de haberse hecho.

No se comprende cómo el primer grupo empresarial vasco, que integra a 92 cooperativas que cuentan con más de un centenar de filiales y 106 plantas productivas en el extranjero y que cerró el ejercicio de 2023, con una facturación de 11.000 millones de euros, unas ganancias acumuladas de 593 millones y una plantilla de 70.500 personas, tenga ese bajo nivel de conocimiento por parte de la sociedad en su conjunto.

En el aspecto interno, la intercooperación es un elemento fundamental para que Corporación Mondragon siga siendo el referente cooperativo mundial con vocación de transformación social. En este sentido, la creación de nuevas estructuras cooperativas desde la unión de empresas que tienen actividades complementarias como existen ya experiencias en el caso de Mondragon Hospitality o Mondragon Health, así como la captación de recursos financieros, entre otros aspectos, se presenta como una iniciativa necesaria.

Como bien dice un directivo empresarial, “los tiempos que vienen son para arriesgar”, atendiendo a la situación convulsa que estamos viviendo en los últimos años, por lo que los cambios en las direcciones de las instituciones, organizaciones y empresas se antojan más que necesarios en la actual coyuntura, contraviniendo la máxima ignaciana de que “en tiempo de desolación, no hacer mudanza”.

Por eso, no se entiende cómo la actual rectora de la UPV/EHU, Eva Ferreira, ha decidido presentarse a la reelección en los comicios internos que se celebrarán el próximo mes de noviembre, para un mandato de seis años, según la nueva normativa, cuando la gestión de estos últimos cuatro años que ha estado en el cargo, parece que no pasarán a la historia por haber dado un nuevo impulso a la universidad y haber actuado con criterios innovadores ante los cambios que se están produciendo en el mundo y en Euskadi, en particular.

Ferreira, que justifica su reelección en que un sexenio en el cargo le va a permitir realizar “saltos cualitativos más ambiciosos” que en los cuatro años precedentes, se enfrentará al catedrático de Filosofía del Derecho Joxerramon Bengoetxea, después de 16 años en los que a las elecciones al rectorado de la UPV/EHU no concurrían dos candidaturas con dos programas diferentes

Este hecho es revelador de la situación en la que vive la UPV/EHU y pone en evidencia hasta qué punto la gestión de la actual rectora provoca el rechazo en un colectivo importante de la universidad vasca por la falta, precisamente, de valentía y determinación a la hora de responder desde el ámbito universitario a las acuciantes necesidades que tiene la sociedad vasca.

A la falta de un impulso para garantizar unos niveles de calidad de la docencia y la formación universitaria en las futuras generaciones, hay que añadir cierta laxitud en elevar el papel preponderante que la universidad tiene en la investigación en Euskadi, a tenor de los niveles salariales milereuristas que cobran los investigadores en los cuatro primeros años, para luego tener un sueldo de 800 euros.

Por otra parte, todo el esfuerzo que se ha hecho en la última década para fomentar el euskera en el seno de la UPV/EHU puede haber resultado baldío por la falta de decisión que se ha podido producirse en este terreno en los últimos años, abandonando la máxima de seguir defendiendo un modelo de universidad al servicio del país.

De la misma manera, la verdadera y singular internacionalización que la UPV/EHU ha desarrollado con la impartición de programas de doctorado y másteres en donde han colaborado un gran número de universidades de varios países sudamericanos, desde un planteamiento de proximidad y reconocimiento, siendo la única universidad europea en llevar a cabo una iniciativa de este tipo en ese continente, parece que no pasa por su mejor momento. Por eso, en los tiempos de incertidumbre que vivimos, el cambio parece inexcusable.