Aunque los datos macroeconómicos ofrecen una imagen positiva de la situación económica de Euskadi con una tasa de desempleo del 7,3%, -prácticamente, paro estructural-, y una revisión al alza a finales del verano, de la previsión de crecimiento del PIB fijada en el 1,6%, que puede llegar por encima del 2% el próximo año, sin embargo, hay factores que nos deben de preocupar porque ponen de manifiesto algunas sombras que es preciso disiparlas cuanto antes.

El Centro Económico y Social (CES) vasco ha puesto de relieve en su Memoria Socioeconómica de 2022 dos grandes problemas, que, de no afrontarlos con determinación y prontitud, van a afectar de manera importante a la situación económica del país en el corto plazo.

Por un lado, se está percibiendo una desaceleración de la actividad de la industria, que es el verdadero motor económico y generador de empleo en Euskadi, al constatar una pérdida de puestos de trabajo en el sector, una reducción del número de empresas y una pérdida del poder adquisitivo, ya que el aumento de los salarios no ha sido capaz de amortiguar las altas tasas de la inflación registradas el año pasado.

El CES alerta del deterioro que está registrando la industria en Euskadi, al señalar una tasa de ocupación negativa del 2,8% sobre el año anterior, inferior a la registrada en otros sectores, hasta tal punto de que la media de empleo en el sector creció un 1,6% en 2022 frente al 5,4% que lo había hecho un año antes.

El diagnóstico que hace del CES no difiere del que desde hace algún tempo están haciendo analistas económicos de este país que llevan alertando de la pérdida del peso de la industria en nuestra economía, que, tras sufrir los efectos de la pandemia, el coste de la energía o las dificultades en la cadena de suministros, puede verse afectada por un enfriamiento de nuestros mercados de exportación.

Esta situación, que tiene varias variables en su desarrollo, debería de ser afrontada de manera decidida cuanto antes porque el sector industrial aporta productividad, ofrece mejores salarios y, por lo tanto, influye de manera directa en la calidad de vida de los ciudadanos.

A estos datos, hay que añadir la importante mortalidad de empresas registrada en Euskadi con una reducción de 1.466 en el año 2022, lo que demuestra una pérdida importante de la capacidad emprendedora que históricamente ha existido en este país, por lo que este organismo consultivo sugiere la necesidad de incentivar las vocaciones empresariales.

Esta falta de vocación empresarial que se observa en Euskadi puede tener relación con la situación de bienestar económico que existe y que desincentiva el emprendimiento, ya que, ante una situación de fracaso, el coste de reputación profesional y de capital es importante, a lo que hay que añadir la ausencia de valoración en la sociedad de las personas que crean empleo y riqueza. Por eso, el mejor ejemplo de lo que debe ser un emprendedor son los investigadores científicos, que están acostumbrados a fracasar de manera continua en el laboratorio en esa búsqueda permanente por conseguir el objetivo que se han propuesto.

En este sentido, resulta llamativo el resultado de una encuesta hecha pública hace un mes por Funcas, el centro de análisis e investigación económica de CECA, la asociación bancaria de las antiguas cajas de ahorro, en donde la mitad de los encuestados recomendaría a un joven ser funcionario, es decir, trabajar en la Administración Pública, frente a solo un 13% que le diría que emprendiera y fuera empresario.

Este resultado pone en evidencia que en un entorno de incertidumbre como el que llevamos viviendo desde hace algunos años, la Función Pública ofrece estabilidad, jornadas de trabajo más cortas, con lo que se puede compatibilizar con otras actividades y la conciliación familiar, así como la disposición de más tiempo libre.

Sin embargo, esta percepción social en favor de la Función Pública es muy preocupante porque nadie repara de que los ingresos para pagar a esos funcionarios proceden de manera muy importante de que las empresas y los trabajadores del sector privado generen la suficiente riqueza para ello. Por eso, sorprende las reivindicaciones de algunos colectivos de funcionarios en Euskadi que están planteando niveles salariales muy por encima de los existentes en el sector privado.

El segundo problema que plantea el CES tiene que ver con la importante crisis demográfica que sufre este país con una baja tasa de natalidad y un progresivo envejecimiento de la población, hasta el punto de hacer una apelación pública para que este asunto se sitúe en la centralidad de la agenda política e institucional vasca y del conjunto de la sociedad.

La importante llamada de atención que hace el CES parte de la evidencia de que Euskadi registra ya un crecimiento natural negativo que, a pesar de que se está produciendo saldos migratorios positivos, no son capaces de contrarrestar esa caída.

Y las consecuencias económicas de no abordar con diligencia el reto demográfico son de tal magnitud que la patronal Confebask ha cifrado en 140.000 las personas que se necesitan en Euskadi para abordar el relevo generacional y mantener el crecimiento de las empresas. Un reto que, cuando menos, se antoja difícil de resolver en el corto plazo.

Por ello, y dado que los flujos migratorios no son capaces de amortiguar los efectos negativos de las bajas tasas de natalidad, en algunos lugares del Estado, las empresas están empezando a contratar a trabajadores que superan los 50 años de edad, al valorar la experiencia con la que cuentan frente al tiempo que se necesita para formar a un joven, con el fin de ocupar cuanto antes y a la mayor rapidez los puestos de trabajo vacantes.

En una coyuntura en la que hay un exceso demanda por la dificultad de cubrir muchos puestos de trabajo, los llamados trabajadores seniors no solamente ofrecen su experiencia, sino también generan un aumento de la productividad, al mostrar una actitud más resolutiva a la hora de enfrentarse a los problemas y al control de la situación.

Está claro que este retorno en la valoración de la experiencia, cuando hasta ahora el mercado laboral primaba la juventud, los títulos académicos y los conocimientos tecnológicos, tiene mucho que ver con que los mayores de hoy en día, además de gozar de buena salud, siguen teniendo inquietudes y una actitud positiva para seguir aportando a la sociedad. Las personas de 50 o 60 años de ahora, no tienen nada que ver con las del pasado. La experiencia vuelve a ser un grado.