l jueves, los bares de la calle Juan de Bilbao de la Parte Vieja donostiarra bajaron la persiana para alertar de la situación que se vive en esta zona los fines de semana: ruido, peleas y suciedad. Son algunas de las consecuencias negativas más visibles de lo que, sin duda, es un botellón masivo. No es una práctica exclusiva de esta calle y ya supimos de ella por una protesta similar de los bares de Iruñea en verano. En algunos municipios de Bizkaia también ha saltado la alarma por el mismo motivo. Y qué decir de las gigantescas concentraciones nocturnas que se registran en Barcelona o Madrid. El fenómeno no es nuevo y normalmente ha sido fuente de problemas con los vecinos y causa de quebraderos de cabeza para las autoridades municipales. Hasta el virus, parecía un asunto bajo control, que había encontrado su forma de resistencia en entornos aislados y en grupos reducidos, tratando de no llamar la atención. Pero la pandemia ha cambiado las reglas de la noche y, consecuentemente, las formas de socialización juvenil. En este contexto, el botellón masivo ha parasitado a la hostelería en el mismo corazón de pueblos y ciudades. El choque con los taberneros y los vecinos era cuestión de tiempo. Es una patata caliente de abordaje complejo. La solución policial ha revelado sus límites aunque tampoco vale la barra libre, ni el buenismo que ignora el tormento que supone convivir con esta realidad. A ver si el fin de las restricciones y el duro invierno calman las aguas de la, por otra parte, siempre agitada vida nocturna.