estas alturas del cuento a una le toca volver a calcular y siendo de letras puras no es plato de buen gusto. Total, que cuando te acostumbras a pedir tres cuartos de carne picada, 250 gramos de bacon y kilo y cuarto de mediana o recalculas o mandas la mitad al vertedero. Esta es una de las consecuencias de que la prole levante el vuelo y se vaya a estudiar fuera de casa. Otra es que no das patadas a calcetines, zapatillas o camisetas al entrar en casa. Tengo la sensación, quizá a alguna/o de ustedes les haya pasado lo mismo, que en casa hay como eco. El cubo de la ropa sucia no se acaba de llenar y hasta te impacientas y te da por limpiar colchas y cortinas. El arsenal de papel higiénico no baja a la velocidad de la luz. Nadie se queja porque hay lentejas dos días seguidos. Te puedes quedar roque delante de la tele que nadie te recrimina por tu senectud. No hay límite para la ducha. Puedes comprar pescado todos los días sin escuchar lamentos. Con el manojo de puerros se hace porrusalda y al día siguiente, con otras de las numerosas sobras de los malos cálculos, te marcas un arroz de campeonato. Llamas a las amigas y te muestras dispuesta a todo. Te apuntas al gimnasio. Recuperas tu espacio. ¿Todo ventajas? No lo tengo yo tan claro. Son las cosas del querer. Igual hoy compro Jabugo.