uardo como oro en paño todas las medallas que he recibido. El otro día hice recuento: 53 preseas, que es una palabra que se usa cada cuatro años, durante las dos semanas y pico de Juegos Olímpicos. La primera de esas 53 medallas data de 1981, del Día del Pedal. Y desde 1990, todos los años he recibido al menos una medalla, cosa que no tiene gran mérito porque es uno de los obsequios de algunas carreras populares y clásicas cicloturistas. Cuando éramos chavales, recibir una medalla era ilusionante pero lo que realmente te llenaba de orgullo era ganar un trofeo o una copa. Es una pena no poder acompañar este texto con una foto porque echarían una risas con el primer trofeo que gané: primer clasificado en una carrera ciclista infantil en Irurita. Trece centímetros mide el artefacto. Se descuajeringa con la mirada. Luego cayeron otros cinco, uno precioso con el escudo de Baztan. Estos días ha habido cierta polémica por el gesto de varios jugadores ingleses de quitarse la medalla del cuello nada más recibirla en la ceremonia de clausura de la final de la Eurocopa. Hay quien considera que es un desprecio, pero también se puede entender como un gesto de rabia por no lograr un éxito soñado. En fin, que no quitarse la medalla es uno de esos valores universales del deporte que se deben enseñar y aprender desde que uno recibe su primera presea.