a esperada remodelación del Gobierno español llegó ayer y fue más profunda de lo que cabía esperar. Según proclamó Sánchez, será un ejecutivo para "la recuperación", lo cual está muy bien siempre y cuando no signifique dar la pandemia por terminada, deseo que no se va a conseguir acelerando el fin de las restricciones, como lo estamos comprobando con la explosión de contagios juveniles por la precipitada doble decisión de adelantar el final del estado de alarma y de aliviar el uso de la mascarilla. Al igual que cuando llega un entrenador nuevo al banquillo, los relevos en la parte socialista del gabinete persiguen el efecto revitalizador de la acción de gobierno de cara a una segunda parte de la legislatura que tendrá que lidiar con una oposición de la derecha-extrema-derecha sin límites en su ferocidad. Desde Euskadi, el nuevo dibujo del ejecutivo español llama la atención por tres aspectos. El primero, porque Sánchez ha barrido casi toda la representación vasca. González Laya, Celaá y Redondo abandonan el partido. En segundo lugar, por la continuidad de Escrivá, cuya gestión centralista ha abierto una grieta en la confianza del PNV con Sánchez. Y por último, por el relevo en la Política Territorial, clave para el nuevo tiempo posprocés y el ensanchamiento del autogobierno vasco. La sensibilidad catalana de Iceta apenas ha durado seis meses y su puesto lo ocupará la joven manchega Isabel Rodríguez, que llega desde los dominios del barón García Page. Habrá que dar un margen de confianza, pero ahora mismo la remodelación no transmite las mejores vibraciones.