i solo miramos a las consecuencias que la pandemia ha provocado en nuestras vidas, sin duda, el balance de la gestión que han desarrollado casi todos los gobiernos en el mundo ha sido deficiente o muy deficiente. En general, nos ha pillado a todos con el pie cambiado y la capacidad de respuesta ha ido, casi siempre, a rebufo del ritmo que marcaba el virus. Tal y como lo imaginábamos, solo la vacunación podía sacarnos del atolladero; en eso confían hasta los que no se quieren vacunar. Ha pasado casi año y medio desde que estalló la pandemia, una perspectiva temporal suficientemente amplia como para establecer algún tipo de análisis sobre la gestión de la administración, más allá del cortoplacismo de la crítica a partir del dato diario o la tendencia semanal. La publicación esta semana del registro de fallecimientos en el Estado en el último año del Instituto Nacional de Estadística da la oportunidad de medir la capacidad de respuesta del sistema de salud vasco ante la letalidad del virus y compararlo con la del resto de comunidades. Mientras que el incremento medio de los fallecimientos en el Estado ha sido del 17,7%, en la CAV se ha situado en el 12,5%. Nada que ver con el 41% de Madrid o el 23,5% de Catalunya. Pero si el análisis es solo de los 16 meses del periodo covid, la comparación es todavía más favorable para la CAV. A veces conviene guardar la lupa en el cajón y poner las luces largas.