l otro día vi una boca abierta de par en par, una imagen obscena donde las haya. Con sus dientes, lengua y supongo que gérmenes y todo eso. La tenían sin tapar, ahí a la vista, y me chocó la estampa más que la de una raja del culo escapando del sufrido pantalón (¿alguien sabe si hay mascarillas para tapar eso?). El caso es que no hace ni un año cuando nos dijeron que no te libras ni en la calle y da lo mismo que estés en mitad de la nada mirando a las musarañas. Era julio de 2020. Y supongo que en un día ajetreado de trabajo, alguien dijo que venga, que vamos a probar a taparnos la boca, porque no tengo ni idea de qué hacer. Varios meses después, la aberración social que suponía semejante decisión ha sometido nuestra percepción y supongo que nuestros cerebros, que tampoco es muy complicado, viendo el nivel general que nos despachamos. La mascarilla es ya ese elemento que nos muestra lo que somos, un animal de costumbres, peleón al principio, de espíritu libre, obstinado a veces, pero domesticable al fin y al cabo, olvidadizo a la postre, y poco consecuente, todo sea dicho. Eso sí, con una impresionante capacidad de supervivencia y autodestrucción al mismo tiempo. Y dicen que los jóvenes comparten vasos en sus kedadas clandestinas.