eamos sinceros. A los urbanitas de pueblo, como yo, y ni qué decir a los de urbes con antzoki y agenda cultural de fin semana, las historias de lobos y osos nos quedan lejos. El debate sobre el lobo: que si viene, que si no, se queda en cosas de ganaderos y baserritarras, los perjudicados, por un lado; y de ecoactivistas hiperchutados, por otro, que aspiran a convertir Gipuzkoa y Euskadi en una especie de selva virgen en la que lobos primero y más tarde osos campen por nuestros amazónicos e impenetrables bosques para proporcionarnos equilibrio natural sin que los cazadores tengan que perder la mañana dominical en tediosas batidas reguladas para controlar la sobrepoblación de jabalíes. El lobo nos los mata gratis y además permite que los aficionados a la cinegética puedan emplear su tiempo en otras cuestiones. Pues bien, cuando uno se mete en estos temas (sin tener ni idea, por supuesto) y dice, como yo ahora, que no me parece normal; y que el lobo no pinta nada en un territorio como el nuestro, en el que pronto habrá que pagar peaje hasta para ir a casa de tu madre al pueblo vecino; un terruño sin espacio físico para perder de vista a tu expareja al estilo Madrid de Ayuso... Pues si lo dices, lo habitual es que precisamente los paladines de la madre naturaleza te pongan a parir o te aleccionen. A mí ya me cansan.