omencé a compartir piso con dos amigos hace seis años. Uno de ellos nos anunció al poco que le había tocado en Donostia una VPO en alquiler para cinco años destinada a menores de 30 y se marchó. Qué suerte. Un lustro después, a la persona que ha permanecido con nosotros todo este tiempo también le hemos tenido que decir adiós porque... le ha tocado una VPO en alquiler para cinco años destinada a menores de 30. Qué suerte. Y ante esta situación, ¿qué ha ocurrido? Que nuestro primer compañero ha vuelto a su antigua habitación. Qué suerte. Ayer miré en el calendario para comprobar que no era 2014. Marcaba 2021, pero al salir al pasillo no lo tenía demasiado claro; tuve que llamar a una ex para asegurarme de que no estábamos juntos de nuevo. Pregunté a mis compañeros si no les parecía extraño que viviésemos en una especie de bucle y me respondieron con resignación que las expectativas son tan limitadas -"tan puta mierda", para ser exactos- que en seis años seguimos exactamente en el mismo lugar, sin avanzar. Las alternativas son tres: conseguir casarnos y juntar los ahorros para una señal; irnos de una Donostia en la que el precio medio del alquiler más bajo en un barrio del extrarradio supera los 800 euros; o seguir compartiendo piso ad infinitum. Qué suerte todo.