e va a cumplir una década desde que la velocidad máxima permitida en carretera bajó de 120 a 110 kilómetros por hora. El Gobierno de ZP nos levantó el pie del acelerador para que ahorráramos en gasolina, nos dijeron. A cambio, se gastaron 230.000 euros en unas pegatinas que pusieron sobre las señales ya existentes y que antes de cuatro meses tiraron a la basura, o al contenedor de reciclaje de pegatinas de señales que ya no sirven para nada. La polémica medida, que a demasiada gente le pareció una bomberada y que nunca fue adoptada por la vecina Francia -que mantuvo sus 130 kilómetros de límite- se tomó porque la gasolina estaba carísima, así que nos pusieron a ahorrar 450 millones de euros que es la cifra -inflada o infladísima- que nos prometieron que habíamos recortado de la factura de la gasolina. Muchos pensaron entonces en el chiste del tipo que se ahorra el precio del billete por ir corriendo detrás del bus y su mujer le anima a que corra tras un taxi para ahorrarse más dinero y empezaron a plantearse que si hacían un Ferris Bueller, con la marcha atrás, igual les salía a devolver, pero no. Fue la cosa más loca que nos pasó en un mundo que todavía era previsible, antes de que nos atacara una pandemia que nos ha destrozado la economía, la salud y el ánimo, aunque nos deje circular a 120... lo poco que nos podemos mover. Ahora, con el carburante de nuevo en máximos, veremos si no vuelve la medida cuando acaben los confinamientos perimetrales y toque pagar las facturas.