os bebés saben que los adultos desconocidos siempre van enmascarados. No han visto otra cosa. No les asusta. En casa, la familia muestra el rostro, pero en la calle, todos lo llevan tapado. Nadie sabe qué supondrá para estas personitas distinguir en el futuro entre los conocidos y los demás. La pandemia y sus precauciones harán nacer una nueva generación diferente, con otros códigos. A los adultos, las nuevas costumbres también nos han moldeado. A la fuerza. ¿Quién nos hubiera dicho hace un año que seríamos capaces de estar día tras día sin salir para nada? Y no solo durante el confinamiento obligatorio sino también después. A pesar de que podemos trabajar y usar el transporte público, las ganas de estar con amigos no siempre compensan con el riesgo de infectarse o propagar el virus. Tampoco es agradable ir de tiendas y embadurnarte sí o sí de geles multiolores. También nos hemos hecho a llevar mascarilla aunque no deje de ser incómoda. Y nos vamos convirtiendo en ermitaños. Estamos enclaustrados, casi invisibles, salimos lo mínimo y extrañamente nos hemos habituado. A ver si nos empapuzan de vacunas (a los que queramos) y empezamos a levantar el pie del freno que se nos ha pegado al cuerpo como una garrapata.