ues es todo muy raro. He compartido habitación con Gorka, que ha ejercido de hermano mayor cuando me ha visto perdido; he pasado horas y horas con Erik, Elsa, Iñigo, Roberto, Angela, Inma e Iñaki el lehendakari, con quienes han caído algunas cervezas artesanas, en algunos casos, y más de un café en otros, pero siempre buena charla; me he reencontrado un año después con Andoni, rebautizado como Antoine, que ahora luce mechas surferas y si no me asalta dos días después de verme por un lado y otro ni me entero; he podido saludar a Amaia y decirle que sí, que muy bien todo, pero ella sigue siendo la número uno, y hasta he echado un poquito de menos su buen rollo e impulso para conseguir que hagas lo que ni creías que fueras capaz. A cambio, he asustado a Iratxe con la de veces que digo "joder", que no son tantas como Mertxe repite "mesedez". Y ha llegado el viernes y la familia se ha disuelto y nos hemos ido cada uno con su viento fresco, sin un buen abrazo, una palmada en la espalda, un beso, que es algo que el puto covid nos ha robado, así que hemos intercambiado números de teléfono, buenos deseos y promesas de volver a vernos pronto. Si nos dejan. Si esto pasa. Si una promesa que no se sella con un abrazo resulta igual de resistente que las de antes de vivir en una pandemia. Ojalá.