n la última jornada de la Champions se produjo un hecho destacado, relevante a mi juicio, aunque haya pasado prácticamente inadvertido. Por primera vez, una mujer, la francesa Stephanie Frappart, arbitró un partido de la máxima competición europea, el Juventus-Dinamo de Kiev (3-0 a favor de la Juve). Un paso más para derribar esa barrera que dificulta el desarrollo del fútbol femenino. Una semana antes, la neerlandesa Shona Shukrula fue la árbitra del duelo entre España y Moldavia, clasificatorio para la Eurocopa femenina. Y el domingo anterior, la extremeña Guadalupe Porras ejerció de asistente en el encuentro de Primera masculina entre el Cádiz y la Real, con triunfo por 0-1 para los txuri-urdin. Todos ellos, pasos adelante en esta larga carrera... Como que la FIFA aprobara el viernes la baja por maternidad para las jugadoras. Eso sí, no hace mucho se produjo un incidente que supone un frenazo en esta trayectoria: la colegiada Sara Fernández sufrió por parte de una futbolista, de forma involuntaria, un balonazo en la cara, en el choque de Primera entre el Real Madrid y el Athletic, que provocó una serie de comentarios machistas en las redes sociales comparando su actitud con la de los árbitros. Un lunar en esta progresión que está experimentando el deporte femenino en los últimos tiempos.