hora es turno de sociólogos y analistas en esa paciente labor demoscópica de desgranar hasta el último sufragio para descubrir los movimientos que no se ven a simple vista y cuya detección es imprescindible para encontrar todo el sentido a la fotografía que revelaron las elecciones el domingo. Pero, por encima de grandes análisis y profundas investigaciones, pocas veces el resultado de unas elecciones en Euskadi ha sido tan diáfano. Lo que estaba en juego era en qué manos depositaban los ciudadanos vascos su confianza para reconstruir el destrozo que ha causado el coronavirus. Por ahí han ido todos los mensajes, discursos y promesas de campaña; unos, poniendo en valor la acción del gobierno como aval para la reconstrucción, y otros, dudando de ese modelo de gestión y ofreciéndose como alternativa para los próximos cuatro años. En esa tesitura, la actual coalición de gobierno ha salido plenamente reforzada, al mejorar su resultado tanto individualmente como en la suma, hasta alcanzar la mayoría absoluta. Todo apunta a que se repetirá la fórmula de gobierno con Urkullu como lehendakari, que consciente de los tiempos que se avecinan ha enviado un primer mensaje emplazando a la colaboración de todos. No puede haber otro escenario en beneficio del bien común.