l deseo apremiante de volver cuanto antes a la tan cacareada normalidad se ha convertido en un mantra que parece anunciar la tierra prometida, pero, ¿qué debemos entender por normalidad? Es habitual utilizar conceptos que se dan por supuestos cuando en realidad nadie sabe muy bien de qué se habla. Que algo es normal, es no decir nada. De hecho, es un término que con el paso de los años me causa cierto rechazo. Sobre todo, a partir de esa edad en la que uno cae en la cuenta de que se puede engañar a todo el mundo, pero que jamás uno debe hacerlo consigo mismo. El problema es que nadie dijo que ganarse la libertad sea un cheque en blanco, de ahí que, si por normal entendemos lo socialmente aceptado, lo previsible, lo que se espera de ti y la disciplina de rebaño, sea más importante que nunca perderle el miedo a sentirse raro. Es más, defiendo fervientemente la rareza si con ella puedo conformarme un criterio del mundo alejado de los lugares comunes. ¿Qué es la vuelta a la nueva realidad? ¿Ir a una sidrería con mascarilla? ¿Ocupar media tarde la terraza de un bar? ¿Ir a un centro comercial a aplacar mi ansiedad? Tras la conmoción social que hemos vivido, llama la atención que el estímulo al consumo lo acapare todo. Dicho esto, que vivan los renglones torcidos, las ovejas negras y los tipos raros.