algunos la cobardía nos ha ayudado a cumplir con las reglas anticontagio antes de que fueran obligatorias y el primer fin de semana de confinamiento no se me ocurrió otra cosa que confeccionar una mascarilla con una tela de Senegal que tenía. Mi plan era transformarla en blusa pero habían pasado seis años y la tela seguía doblada en un cajón. Cuando la veía pensaba: Tengo que hacerme algo bonito. Pero, en el mundo de las prisas y la falta de tiempo, lo fui dejando. Con las horas muertas del encierro repentino, retomé aguja e hilo, porque no tengo máquina de coser, y con la paciencia que tampoco tengo hice un primer modelo de mascarilla con pliegues, como las quirúrgicas, y luego otro de frunces, en plan casero. Decían que las mascarillas no eran necesarias, pero aconsejaban toser y estornudar en el interior del codo (por cierto, la zona se llama sangría o sangradura, según la RAE) y chinos e italianos iban cubiertos por la calle. Por algo sería. Muchas costureras se lanzaron a crear mascarillas para dar a amigos, familiares, comerciantes… A pesar de la vergüenza, estrené mis mascarillas senegalesas y dudé dónde guardarlas. Aunque es exterior, la nueva prenda acabó en el cajón de la ropa interior. Ahora tenemos las de usar y tirar, pero seguro que se pueden vender reciclables. Anímense a fabricarlas.