er joven no es ni puede ser una disculpa para el comportamiento que se vio ayer en las imágenes grabadas en Beasain, que como la pólvora corrieron de teléfono en teléfono. Ha ocurrido en Beasain pero puede saltar la misma chispa en cualquiera de los cientos de pueblos de Euskal Herria que este año han suspendido las fiestas por el virus. Salvo muy raras excepciones, estadísticamente insignificantes, los jóvenes son invisibles al patógeno y el confinamiento es un estado antinatural para su desbordante energía vital. Que un grupo de ellos se haya salido del rebaño social para disfrutar de un día con el que se suspira desde el mismo momento en el que se acaba, descontando los días como en la popular escalera sanferminera, merece la reprobación porque la lucha contra el coronavirus es un trabajo colectivo que debe basarse en la confianza recíproca, si no queremos seguir dejando nuestra mayoría de edad en manos de la policía. Por eso, lo que de verdad se me hace incomprensible no es esta ruptura de la norma, consustancial a la condición de joven, sino que siendo los jóvenes los más habituados al uso audiovisual de los dispositivos electrónicos se exhibieran con semejante impunidad ajenos a todos los pistoleros electrónicos que en esos momentos registraban su desenfreno. A la resaca, añaden hoy el escarnio público y probablemente una multa.