ué paradoja, oye. Yo aquí, como muchos otros, cansado, hastiado y quejándome de estar confinado en unos metros cuadrados, donde al menos podemos movernos para ir a comer, a dormir a la habitación, a hacer nuestras necesidades al baño, o a respirar un poco de aire fresco al balcón, y me entero de que recientemente acaban de llegar tres astronautas de la Estación Espacial, donde han pasado más de seis meses en una nave de siete metros de largo y menos de tres de diámetro. O lo que es lo mismo, se han pasado todo este tiempo en un cuchitril y, además, embutidos en esos trajes tan voluminosos. Es curioso que los tres cosmonautas (los estadounidenses Jessica Meir y Andrew Morgan y el ruso Oleg Skripochka) llegaran de su aislamiento en el espacio y se encuentren con la faena de que se tienen que confinar en su casa. Bueno, al menos ya están acostumbrados a moverse en lugares reducidos. Es más, su hogar quizás les parezca ahora un palacio. De ahí el lamento de Meir nada más poner los pies en el suelo: "Me sentiré más aislada en la Tierra que en el espacio". Por su parte, Morgan, que se ha tirado en órbita algo más que sus dos compañeros (nueve meses), tuvo suerte al disponer de tiempo para hacer "siete caminatas espaciales". Aunque sea pudo estirar los pies.