hora que por real decreto hemos cambiado de rutinas, los planes del fines de semana se conjugan en futuro imperfecto y los amores platónicos siguen siendo igual de inabrazables que lo que eran antes, descubrimos insospechados rincones de las casas. Baldas, armarios y preguntas que no sabíamos que existían no ya por falta de tiempo, sino por la velocidad a la que vivíamos. Asuntos pendientes que algún día debimos resolver, como aclarar la diferencia entre los puntos suspensivos y etcétera. Cierran cualquier enumeración que dejamos abierta. Los expertos itúan su significado muy a la par, pero en la práctica terminan por no ser lo mismo. Riobaldo, el narrador sobre cuyos hombros el que João Guimarães Rosa depositó su obra Gran Sertón: veredas, repite durante la obra que "vivir es muy peligroso". A unos y a otros. Hasta que llega un punto en el que el autor, que además de escritor era un médico y un diplomático consciente de que en la vida hay que tratar de no resultar repetitivo, recurre a una frase inocente que justifica todo un libro y alcanza por sí sola otro significado. Uno nuevo. Tres palabras que lo descubren todo cuando la vida confinada está al borde del acantilado: "Vivir es etcétera".