olo los elegidos han sido informados del gran secreto de esta pandemia, y estoy seguro de que sin tardar demasiado Iker Jiménez le dedicará varios especiales de su programa de investigación chiripitifláutica: para qué carajo quiere la gente tanto papel higiénico y por qué el rollo de papel del váter se ha convertido en el símbolo de esta emergencia sanitaria que nada tiene que ver con la diarrea, que se sepa. Pero al contrario de lo que ocurre en las pelis americanas de catástrofes donde las familias arrasan con las latas de conserva y los víveres a base de paquetes de arroz, cereales, fideos, frutos secos y barritas energéticas, aquí la gente se abraza al papel higiénico como si fuera a estar todo el año recluida sin salir de casa y lo segundo que les da por vaciar son las estanterías de la frutería (lo primero que caduca), los yogures (lo segundo) y las cajas de huevos. Ayer me tocaba hacer la compra porque la nevera hacía eco y al llegar al súper del barrio ya sentí que nadaba a contracorriente con todo el mundo saliendo con los carros llenos. Fue asomarme, ver la gente agolpada en las cajas sin que se viera dónde terminaban las colas y salí huyendo. Lo resolví en una pequeñísima frutería cercana, donde descubrí que todo el mundo compraba patatas. También vendían pan. Papel del váter, todavía no. Pero gracias a eso era posible entrar.