Cuando la sociedad despertó, el dinosaurio seguía estando allí, que diría Monterroso. Solo que en este caso el fascismo, que nunca había dejado la habitación, ha mutado y se ha transubstanciado en los doce diputados de Vox para el Parlamento andaluz, el mismo partido que se acercó a Altsasu para beneficiarse del dolor producido de echar sal a las heridas. Vox ha aglutinado al empobrecido currito común con un mensaje que cala en todo ser humano, el miedo básico a que el de enfrente nos quite nuestro lugar y nos haga aún más pobres de lo que ya somos; un discurso, además, que los medios de comunicación no han tenido problemas en transmitir, dando voz a la ultraderecha y otorgándole carta de legitimidad -se debería haber aprendido ya que advertir de la cercanía de algo no es sino otra manera de anunciar y facilitar su llegada-. Todo ello, mientras la izquierda se mira a su ombligo en Twitter y teoriza sobre la sociedad líquida, al tiempo que ríe a sus líderes la compra de un chalet de 600.000 euros en Galapagar o formar parte del Consejo de Administración de esta u aquella eléctrica. Los electores han jugado a la disrupción -como en múltiples casos que hemos visto en el último lustro-, asentando las bases de un difícil escenario para las periferias. Esperemos que no sea tarde para despertar, antes de que los dinosaurios nos devoren.