Casa Fátima Ino, un club privado marroquí –Luxury Moroccan Restaurant@Club– había anunciado un evento para mañana en Torremolinos, y entre las normas de acceso se prohibían expresamente las drogas, las peleas, las gorras, las chanclas y los maricones, así, como suena, y con mayúsculas. La alcaldesa intentó impedir el acto y puso una denuncia por delito de odio hacia la comunidad LGTBIQ+. Eso no alteró la moral de los promotores, que entre insultos y amenazas la acusaron de defender a enfermos. Y, lejos de achantarse, traspasaron la fiesta a Málaga y se reafirmaron con un mensaje conciliatorio: “Quedamos en la misma posición y nunca cambiará. No maricones y punto. Gracias a la puta alcaldesa por la publicidad”. Mientras escribo estas líneas, han detenido al principal organizador.
Hasta aquí la noticia, que por lo esperpéntica podría tratarse de un troleo. Aun así, y si no lo fuera, no elevaré la anécdota a la categoría, porque piraos chungos hay en todas partes. Vale. Quien en cambio sí lo ha hecho ha sido la ministra de Igualdad, quien no ha tardado en buscarle un padrino extraño al despropósito: “Eso es consecuencia del discurso de odio que la extrema derecha replica desde las instituciones”.
Por si acaso ahí van los músicos que iban a actuar en el jolgorio, pura pata negra falangista: Abdelati Taounati, Cheba Maria, Rabeh Mariwari, Adil Miloudi, Dakka Marrakchia y Abidat Rma. Sólo falta Estirpe Imperial. Así que la ministra no sabe por dónde le da el aire o, peor, no quiere saberlo. Aunque en puridad tiene razón sin querer: no hay nada más facha, reaccionario y peligroso que cierta peña. Pero mucho me temo que no nos referimos a la misma.