Cerrar los ojos
Afirmar que, seamos de donde seamos, respetamos de igual forma a la mujer y al homosexual es mentirse y mentir al prójimo
No hace falta ser antropólogo, viajero ni sociólogo para admitirlo: algunas sociedades, comunidades, culturas, elija usted la palabra, son más machistas y homófobas que otras. Esto es de primero de Convivencia Vecinal. Sí es necesario, en cambio, andar ebrio de ideología y prejuicios –también existen los prejuicios positivos– para negar la evidencia y proclamar un idílico empate, algo que no soportan ni la estadística ni la mera observación de la realidad.
Cualquier profesor sabe –pregunten en Francia– que en algunos entornos abordar ciertos temas es un marrón. Otra cosa es pasar de la obligada cautela, que en verdad es acojono, a su asunción acrítica, como si se tratara de un fenómeno natural. No, es un grave problema con raíces ideológicas y religiosas. Y sin duda es injusto pensar que todo paisano de un origen concreto lleva inoculada la dosis completa de machismo y homofobia. Muchos la han recibido entera, otros a medias y unos pocos, y les aplaudo el mérito, la han rebajado hasta nuestro nivel imperfecto. Enhorabuena.
Por eso afirmar que, seamos de donde seamos, respetamos de igual forma a la mujer y al homosexual es mentirse y mentir al prójimo. Y es ignorar el peso de la biografía, la historia, la educación y las creencias en la evolución ética del ser humano. También en su involución. Casi ningún nieto es tan machista y homófobo como su abuelo, y si aprenden las generaciones lo pueden hacer los pueblos. Cerrar los ojos sólo le sirve a quien así duerme muy bien. A ver cómo se ayuda a que alguien mejore si empezamos replicando que no es para tanto, que son casos aislados y que la abuela fuma.