El PP ha aprovechado que un balón pasaba por el Guadalquivir para soltar que el Athletic nunca ganaría la Copa si impusiera el euskera a sus futbolistas. Ha añadido que bajo esa condición la Real sería un club de Segunda y se ha preguntado dónde encestaría un Baskonia vascoparlante. Para cuando usted lea estas líneas quizás haya incluido en la lista de éxito sin perfil lingüístico a la Peña de Mus Tripaundi y al Club Petanca Txingudi.

En verdad ni el golfista Jon Rahm ni el pelotari Iñaki Artola triunfarían en lo suyo si para competir tuvieran que estudiar, como todo jardinero, enterrador y matarife municipal, un temario que incluye hasta la Constitución. Pero no sólo eso: ¿qué sería del Madrid si exigiera a sus estrellas, como a cualquier funcionario, el conocimiento del castellano, qué destino depararía al Barcelona si para vestirse de blaugrana fuera obligatorio empollarse la Ley Reguladora de las Bases del Régimen Local? Que alguien explique por qué puntúa el inglés en las oposiciones de Educación Física si uno puede llevarse la Champions sin alcanzar el nivel del Príncipe Gitano en In the guetto.

Ya ve. La demagogia infinita impide la discusión y fuerza a elegir equipo de manera acrítica. Ofender a nuestra inteligencia, y de paso a nuestro corazoncito, anula los matices y nos devuelve a la trinchera.

Así que quien esto firma, de ordinario dispuesto a exponer dudas sobre el EGA y sus discípulos, a debatir con calma sobre un asunto muy complicado, hoy entra al capote, quema las naves, hunde los puentes, se repliega y se acuerda de Labordeta: ¡A la mierda! Ya volverá el buen rollo.