Quizás alguien se haya acordado estos días de aquel célebre programa radiofónico, Cocidito Madrileño, al leer el montón de disparates y oír el cúmulo de barbaridades aireados con ocasión de un cambio municipal. No me refiero a la opinión que merezca tal o cual alcalde, que por algo somos libres de preferir a Epi o Blas. Hablo de la impune venta mediática de falsedades y exageraciones, de medias verdades y anécdotas infladas, de sentencias sacadas de contexto, del mínimo chascarrillo que sirva para apuntalar entre los fieles la idea previa que uno pretende expandir sobre el prójimo, hoy los navarros, los pamploneses, la mayoría alternativa, el progresismo, el abertzalismo, vamos, usted y sus circunstancias.

Entre las infinitas palabras dedicadas al asunto en España, destacan aquellas fruto del sectarismo y la mala baba, pero también las hijas del apriorismo y la ignorancia, de la falta de profesionalidad, de la nula intención de comprender el fondo histórico y cultural de una disputa que no sólo es consistorial. Subrayo que ello no obliga a tomar parte por unos o por otros, ni siquiera a dejar de apoyar a quien ya nos tenía ganados de antemano. No obstante, si esto va de periodismo, lo correcto es preguntar a los vecinos por sus razones, indagar en sus filias y miedos y, al cabo, tratar de entenderlos para así dar a conocer su realidad al público. Pues ya se siente el coitus interruptus, pero acabo el año en curva: de igual modo que otros cocinan indigestos cociditos sobre usted, por estos pagos se estila el venenoso ajoarriero –o marmitako– sobre el israelí común. Para dar lecciones estamos.